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Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Chailly y la gran orquesta de Amsterdam

Tras la Filarmónica de la Scala, con Riccardo Muti, ha subido a la escena la orquesta del Concertgebouw, con Riccardo Chailly, lo que supone un cambio de tradición, una mudanza de ideal sonoro y de estilo, aparte las diferencias entre las personalidades del Riccardo napolitano y el milanés.Siempre hace Chailly programas bien pensados, equilibrados y con alguna dosis de novedad. Esta vez nos ha dado noticia sonora del compositor holandés Tristan Keuris, muerto en 1996 a los 50 años. Su carácter y su pensamiento parecen más cercanos a la herencia stravinskiana que al círculo vienés, como evidenciaron los Trespreludios, bien trazados y obedientes a una directa voluntad de belleza.

Después, Chailly contrapuso a dos maestros rusos tan cercanos en el tiempo como lejanos en el pensamiento: Rashmaninov y Stravinski. El segundo concierto del primero, tan explotado por cineastas y arregladores, trata de principios de siglo; Petruchka sorprendió a todos en 1911. En ambos casos estamos ante lejanos mensajes de singular poder expresivo.

El Concierto en do menor de Rashmaninov contó, en el piano, con un valedor fuera de serie: el santpetersburgués Arcadi Volodos, instalado en plena juventud en el gran cuadro interpretativo de nuestros días y seguro sucesor de figuras que fueron míticas como lo será, sin tardanza, Volodos, un ejecutante de completo virtuosismo y un músico de verdadero genio. Su versión, apoyada en la densa sonoridad de la orquesta holandesa, despertó un entusiasmo extremo en el público que rebosaba el teatro Victoria Eugenia.

Clásicos del XX

A lo largo de sus dos programas, Chailly dirigió obras emblemáticas de tres clásicos del siglo XX: Strauss, Stravinski y Bartok. En las variaciones sobre Don Quijote, tocadas por la orquesta con admirable perfección y protagonizadas con nobleza por el violonchelista Godfried Hoogeveen y el viola Ken Hakk, Chailly nos dio a partes iguales realidad e idealismo, un equilibrio acaso injusto pues el compositor, a despecho de todo descriptivismo, trató el mito español desde un impulso idealista muy fuerte.

De modo análogo la feria de colores y ritmos, la vitalidad gestual que campean en Petruchka, fueron puestos por Stravinski al servicio de una altísima poética que la centuria de Amsterdam y su maestro logran principalmente por la consecución de una materia sonora fascinante. No lo es menos la lírica tremenda de Bartok en El mandarin maravilloso, mensaje sorpresivo en los años veinte de un magisterio hecho genialidad. Esta suerte de peculiar expresionismo nos revela una de las muchas dimensiones de belleza transitidas por Bartok e interpretadas en esta ocasión con un poder expresivo verdaderamenta avasallador.

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