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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Lengua y piedra

LA DiPUTACIÓN de Vizcaya investiga los supuestos malos tratos sufridos por niños de entre 8 y 11 años en un campamento de verano organizado por esa institución para familiarizar a los escolares con la lengua vasca. Más allá de las denuncias concretas, y de la dimensión pedagógica del asunto, el hecho ha puesto de relieve la escasa sensibilidad con que se abordan los problemas de la enseñanza del euskera en determinados medios del País Vasco. Incluidos los que consideran una agresión "contra el euskera" cualquier denuncia de los abusos que se cometen en su nombre.Varios padres han revelado que en el campamento de Ceanuri (Vizcaya) a los niños que se descuidaban y hablaban entre sí en castellano se les obligaba a cargar con una mochila llena de piedras. El padre de uno de esos niños ha denunciado también que a su hijo se le retuvieron cartas ya franqueadas en las que relataba esos hechos y pedía que le sacaran del campamento. La diputación ha abierto una investigación cuyos resultados serán presentados esta semana. De momento, el diputado de Cultura, Tomás Uribetxebarria, del PNV, ha calificado el episodio como "de inusitada gravedad" y ha dado, de entrada, credibilidad a las denuncias, porque "un niño de ocho o nueve años no se inventa una cosa así". Los monitores y la escuela que los prepara para su trabajo han negado las acusaciones, calificándolas de calumnias.

Sin embargo, tal vez lo más preocupante sea precisamente las explicaciones que esos monitores y la escuela que los prepara han ofrecido. Según ellos, lo de cargar las mochilas con piedras "era como un juego": los chavales que las llevaban podían librarse de la mochila si descubrían a otro compañero diciendo alguna palabra en castellano. El que al final del día tuviera la mochila "tenía que contar un chiste -en euskera". El juego fue ideado, según los monitores, después de que algunos chicos "se quejaran" de que otros compañeros hablaran entre sí en castellano. Es dudoso que un niño de esa edad considere un juego, y no un castigo, cargar con una mochila de piedras. Pero, sobre todo, resulta desolador que alguien pueda considerar pedagógica la delación; y no de un delito cualquiera, sino del de hablar en su lengua materna.

Durante el franquismo, uno de los procedimientos utilizados en las escuelas de los pueblos euskaldunes de Vizcaya y Guipúzcoa para impedir que los niños hablaran entre sí en euskera consistía en estimular la delación entre los propios alumnos. Al primero que pronunciaba alguna palabra en vasco se le colocaba un medallón (o se le entregaba una moneda antigua), y el así señalado debía espiar a los otros niños para intentar pasar el estigma a quien sorprendiera cometiendo el mismo delito: hablar en vasco. Aquel que al final de la jornada llevara el medallón recibía un castigo. El escritor Arturo Campión recuerda en una de sus obras que una práctica similar -pero con un anillo como señal oprobiosa- era frecuente en las zonas vascófonas de Navarra a mediados del siglo XIX.

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El ideal de impulsar la expansión del euskera, lengua que actualmente habla poco más de la cuarta, parte de los vascos, es respetable. Pero ese ideal no justifica cualquier práctica pedagógica. No desde luego aquellas cuyo efecto, buscado o no, sea culpabilizar, como si cometieran un delito, a los niños que hablen entre sí en castellano, aunque estén aprendiendo vasco. Resultaría bien paradójico que cien años después de que Campión publicara Blancos y negros y a 60 de distancia del decreto por el que Franco obligaba a castellanizar los nombres de los pueblos y las personas, esa pedagogía bárbara fuera empleada en la Euskadi autonómica de hoy para evitar que los niños en trance de aprender euskera hablaran entre sí en castellano: que también es su lengua; aquella en la que se desarrollan sus sueños.

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