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"Pescadores" en alerta

Los submarinistas palpan cada día el casco de los barcos reales

Pescadores. Ésta era la clave, el pasado día 4, para aludir a los policías que amparan a la familia real en las regatas y el litoral. Dos individuos atléticos, con pátina de bronce pero poca playa, franquean el portalón de Marivent -un caserón que data de 1923- con una bolsa de ciclista, emisora portátil y arma corta. Son la avanzadilla del primer círculo de seguridad del Rey, el que le acompaña en su residencia y fuera de ella.En el recinto palaciego y sus alrededores, con bonsais autóctonos y un minijardín de la reina Sofía con árboles exóticos, está activada una barrera invisible de ondas en multifrecuencia que anula teledirigidos o emisores para coches-bomba. Don Juan Carlos despacha ese lunes con el presidente del Gobierno, José María Aznar, que estrena como autoridad el helipuerto.

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El perro rastreador de turno -hay pastores alemanes, cockers, caniches...- husmea por si hay explosivos o algo sospechoso en los equipos del centenar de periodistas. Un fotógrafo retrasado es sometido al detector portátil de metales o sustancias densas que se dispara con el metal ínfimo del papel de un chicle.

La delegada del Gobierno, Catalina Cirer, pasa con su coche a contrarreloj pese a que quieren reseñarla. Cada semana, casi siempre los jueves, asiste a las cumbres de coordinación de seguridad. Desde el jefe de los agentes municipales hasta un representante del Cesid intercambian datos y reciben instrucciones.

En el mar, disuasivo, el patrullero de la Armada permanece fondeado a menos de una milla del acantilado de palacio. Sobrevolar el área y navegar por sus aguas está vetado. Con el Rey en Mallorca, se movilizan buques ligeros de la Armada, barquillas de la nueva Guardia Civil del Mar, grandes lanchas neumáticas de escolta, helicópteros, unidades de tiradores de élite, grupos de especialistas en la acción inmediata, equipos blindados de desactivación de explosivos... Los submárinistas palpan cada día el casco de los barcos de la familia real.

Aquel mismo día 4, sin embargo, tres periodistas acceden en su coche al Club Náutico y paran a diez metros de donde don Juan Carlos charla con navegantes y sin mamparas humanas. Sólo uno de ellos se ha identificado. Para entrar a los pantalanes próximos andando basta, a veces, con dar el nombre de un yate registrado. Muchas madrugadas, en cambio, decenas de vehículos aparcados son identificados en el listado informático. La campana es impenetrable.

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En Marivent, la cancela y el primer registro están a cargo de los guardias civiles y los miembros de un destacamento de la Guardia Real desplazado desde La Zarzuela. Los números permanecen al acecho entre los pinares de intramuros.

El yate real está vigilado a todas horas por un vallado compacto después de que en agosto de 1995 los terroristas Iñaki Rego y Jorge Sertucha tuvieran al Rey en su punto de mira. Entre las fronteras reales del palacio hay una base naval, un centro de seguridad, un minicuartel y un castillo-museo militar.

Antes de las ocho de la mañana se relevan, en tres furgonetas, los azules policías nacionales que tutelan la entrada principal de Marivent y el muro exterior desde la calle de Joan Miró. En las azoteas de edificios cercanos, que superan su altura, hay tiradores de precisión con armas largas.

Frente a una copa de hierbas como desayuno, Toni, un armador de pesca que recorre la isla antes del alba, explica: "Los secretas van y vienen. Muchos jefes se mueven en la oscuridad". Horas antes, los torreones humanos que escoltan al Príncipe y las Infantas han trasnochado, trabajando, entre gente joven por bares y discotecas de moda.

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