Morir por las marcas
Cada vez que descubro, en el vestíbulo de un hotel, en el aeropuerto o en el mismo ascensor, un juego de maletas Louis Putton, siento que las cerraduras me sonríen como Carmen Martínez Bordiú o como su madre: desde que ambas se han hecho retocar el rostro, de nuevo; por sus respectivos taxidermistas, me obsesiona la idea de encontrarme en cualquier desplazamiento con su piel restante, convertida en conjunto de marroquinería transportable. Entre eso y que esta noche he soñado que pasaba las vacaciones con Karina y Manuel León, su nuevo novio en la urbanización marbellí La Zambomba, comprenderán que me encuentre algo trastornada.Lo más entretenido que he hecho en las últimas 24 horas ha sido consultar un mapa a escala para tratar de averiguar cuántos, de los 60 litros de lluvia por metro cuadrado que han caído sobre la zona de Oropesa, le han tocado a José María Aznar. Me alarmé, mayormente porque no parece que el líder carismático sea precisamente experto en submarinismo. No quiero ni pensar en lo que puede ocurrir como se les inunde Porcelanosa.
El caso es que me aburro. Alguien tiene que decirlo, y tiene que decirlo ya. Esto es un muermo. Es tal la muermez que algunos han empezado a delirar, y dicen que Bárbara Rey va a personarse en la isla de un momento a otro. Yo creo que el verano resulta aburrido porque el invierno, o sea, las estaciones normales, se han vuelto tan horteras y peligrosas que esto de ahora ya no nos excita. ¿Qué es una regata real -aparte de que no es nada- comparada con una buena sesión de Barea Attacks!!! retransmitida por el telediario? Una menudencia. Ni siquiera las aventuras del niño de la De Alba con Mar de los Sargazos Flores tienen color, comparadas con lo que se le ocurre a diario a Gemma Alvarez Cascos para entretenerse con los juegos reunidos del Cesid.
Mi situación era ayer tan desesperada que me uní a los colegas del ¡Qué me dices! de Tele 5 para seguir la regata en el yate Rou-Rou, que va de apoyo de la embarcación Eulen Trasmediterránea. El Rou-Rou tiene hasta cama de matrimonio, y a mí me fue de coña para acercarme hasta la procelosa mar do flotaban, bajo el aplastante cielo gris y en medio de un ambiente algodonoso, los navíos con sus respectivos tripulantes ilustres: en el Hispaniola estaba Elena de Borbón; en La Casera iban su marido y Luis Alfonso de Borbón; en el Bribón, el Rey; en el Azur de Puig, la infanta Cristina; en el Aifos no iba el príncipe de Asturias, porque está de viaje oficial en Bolivia...
Tanto mirarles, me mareé, y además no hacían nada. Sentados, aburriéndose como nosotros o quizá más, porque aunque tienen en común la afición marinera, observé que carecen de temas de conversación. A don Juan Carlos lo trajeron en lancha rápida hasta el Bribón, y se sentó, mientras el resto de las embarcaciones aprovechaba el tiempo hasta la salida para acercarse y mirar. Era como el té de las cinco pero en alta mar: un paripé marino. Cerca estaba el Fortuna, con la Reina, que se la distinguía por el pelo.
La verdad es que viene una aquí, hace el esfuerzo de refinarse, aparca sus ansias republicanas, se enternece contemplando a la realeza y hasta se deja crecer una las garras de astracán, y ¿para qué? Para asistir a un desfile de marcas en donde los personajes ponen el careto. Y me pregunto: ¿merece Jaime de Marichalar, que exhibe como si Dios le hubiera venido a ver su camiseta de La Casera, que yo haya dejado de tararear el himno de Riego? Ardua cuestión sobre la que pienso meditar esta noche, a fe mía. Al menos, ayer no navegó Enrique Iglesias, porque tras su semipinchazo en Palma se fue a Marbella a ver actuar a papá. Él y Luis Alfonso, que crecieron juntos -su mamá y la Preysler fueron vecinas y amigas-, protagonizaron hace poco un gran reencuentro, en el que también participó la nanny -¿quién es esa mujer? ¿Terminator ?- que crió a Enrique. Pero tengo que dejarles porque acabo de avistar un baúl de Hermès con un remache clavadito al ombligo de Carmen Villaverde. Perdón.
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