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Reportaje:GATOS PARDOS: LA NOCHE DE BARRIO

República estival de Lavapies

Tertulias tranquilas a la espera del frescor de madrugada en las terrazas del corazón de Madrid

Las agujas cruzan la medianoche. Agosto aprieta. No corre una brizna de aire. Madrid tiene aún los ojos abiertos. Del chaflán de la calle de Zurita con la de Argumosa, corazón de Lavapiés, cuelga un farol negro. Sus cristales blanqueados desparraman haces de luz sobre el suelo de charol. Por el asfalto cruza tranquilo un gato. Al poco, retrocede: un grupo de mozos y mozas de atuendo hippie se arracima en torno a una dulzaina. Un grito festivo surge de los jóvenes: ¡Viva la República de Lavapiés!A buen paso, el grupo comienza a recorrer la calle de Argumosa, arteria principal del barrio, desde su inicio. Por sus costados se despliegan numerosas terrazas de bares, restaurantes y tabernas, donde vecinos y forasteros hablan tranquila y animadamente. Todos parecen invocar el frescor manso de la noche, que se hace de rogar.

El cortejo de la flauta avanza. A su derecha se alza el tostado edificio del Centro Dramático Nacional, la sala Olimpia. Pronto será sustituido por un parque, dicen los vecinos. A su izquierda, grandes camiones estacionados aguardan para descargar allí los aperos de las próximas fiestas de san Cayetano y san Lorenzo, patrón éste del barrio.

La señá Encarnación, vallecana de la Avenida de la Albufera afincada en Argumosa, se toma un respiro sobre la terraza de su bar, el Andorra, que regenta su esposo desde 1964. Mira con un cierto recelo a los camiones de la feria. Sabe que les aguardan duros días de trabajo hasta que acaben las fiestas y pueda echar el cierre. Pero agosto es agosto. Con certeza, su terraza reunirá todavía más clientes. "Vendrán por decenas a por patatas bravas, chorizo frito y calamares; y a beber jarras de cerveza helada, la verdadera reina de la noche aquí en Lavapiés", comenta.

A su juicio, "el ambiente es tranquilo, la gente, maja". Encarnación entiende por maja "la gente buena que no arma jaleo: mucho estudiante de veinte años, gente de cultura, la que de verdad se deja aquí las pesetas".

El son de la dulzaina sigue avanzando. Por entre las mesas surge Curro Sevilla, poeta profesional alcarreño de 42 años con nombre de torero y largas greñas. Va dejando a los parroquianos una revistilla cuya portada precisa: Humor gráfico, salpicado de sarcasmo real, "Yo me siento de derechas, pero anticlerical", puntualiza. "Mis chistes son duros y aunque la Iglesia no puede hacerme legalmente nada, no sé yo", comenta entre dientes. Formula su principal obsesión: "El gasto social". ¿Qué? "Las pensiones no contributivas..." Lavapiés, aunque acostumbra votar izquierda, da mucho juego. Así lo piensa Fefa Vila, una antropóloga orensana de 29 años, que conoce al dedillo el barrio. "Éste es un lugar de encuentro, el más rico étnica y culturalmente hablando de toda la ciudad, con presencia suramericana, magrebí, china, europea de todas latitudes", explica. "Aquí nacen muchos proyectos culturales progresistas, como Non Grata, una revista feminista y lésbica. En Ave María 46, la editora Victoria Esteban Infantes, regenta Bazar K, una sala singular de exposiciones. Según Fefa, "proliferan las performances, las representaciones audiovisuales, los experimentos artísticos dinámicos, porque la gente aquí en Lavapiés se comunica bien y sabe crear e innovar".

Para innovadores, Andoni Sanz, eibarrés de 44 años. Ha ideado y patentado numerosas invenciones, como un patín todoterreno con el que se muestra muy esperanzado. Andoni, amén de colegiado en el Centro de Inventores Españoles, es uno de los cuatro propietarios, y además cocinero, del restaurante Er 77, una taberna creada en 1945 como picadero de señoritos, hoy democratizada y especializada en pollo y conejo al ajillo (1.900 pesetas).

Hay aromas diferentes dispersos por el barrio que parecen brotar de las acacias y de los fogones.

No lejos de Argumosa, en El Mosquito, se escucha nueva música tecno y étnica; sones de la Nueva Trova salen desde El Eucalipto, especializado en bebidas tropicales; en El Barberillo, fotos con pinceladas de la íntima ternura de las lesbianas cuelgan de las paredes. Del Candela surge un cante gitano tan desgarrado que hace enmudecer a la dulzaina. El grupo de jóvenes que la seguía, se deshace. Las conversaciones en las terrazas enmudecen. Entonces, la frescura se adueña de las calles. Los gatos vuelven a su paseo tranquilo y la luz de los faroles toma otra vez posesión de la noche que, bien negra y solitaria, se abisma por el hondón de Lavapiés.

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