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Tribuna:VISTO / OÍDO
Tribuna
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Real e imaginario

Una de las ventajas que tiene la Monarquía española -dentro de los problemas intrínsecos- es que, muchas veces, se puede uno olvidar de ella. Hay, claro, grandes actos monárquicos, que lo serían igual aunque no estuviera presente alguno de los personajes: cuando salen banderas, obispos, canciones patrióticas, rezos, generales. Se van los legionarios a imponer por la fuerza la paz en el extranjero: aunque no asistieran los reyes, sería un acto monárquico, de fuerzas autócratas, cadenas de mandos: todo poder viene de Dios, que es, por esencia, un monarca: el monarca. O la ofrenda a Santiago. Este año acudió la segunda en la línea de sucesión -los Marichalar, se dice- y balbució balbujo, no- las palabras escritas: como pudo. Es necesario comprender las dificultades de la recién casada al dirigirse públicamente a una escultura y, más allá, a alguien que probablemente no existió nunca. Según Américo Castro, lo que hay en la tumba, visto a través de los rayos X, es el esqueleto de una jovencita; pero Américo era judío -acaba de morir su hija Carmen, esposa de Zubibi, amiga de Benjamín Palencia- y ya se lo reprochó Sánchez Albornoz, que era gentil. Seguramente somos personas -Américo, y yo- poco dotados para comprender, precisamente, la grandeza de esta vocación a lo inexistente; no a lo invisible, sino, repito, a lo inexistente, cuando todo el mundo sabe que es inexistente y en torno a ello se organizan fenómenos mundiales. Probablemente, hubiera sido mejor oferente Fraga, cuyo balbucir es ya una forma de carácter (¡y qué carácter! En viejo castellano se llama "maza de Fraga" a una máquina para clavar estacas, de donde sale "persona que tiene gran autoridad en todo lo que dice").A veces, como ahora, la Monarquía se hace visible: ama las bodas. La de Sevilla fue un fragor. La de Barcelona, puede serlo. Se hace visible la Monarquía al rechazar el logotipo propuesto para los carteles. A mí lo raro me parece que haya logotipo para una boda; y más que haya carteles. Pero la familia ha rechazado el diseño: cuatro rosas blancas -debe aludir a la virginidad obligatoria en toda gran novia-, una pelota para señalar la alcurnia del contrayente, y la palabra Cristiñaki para unir los dos nombres. Extraño, sí es. Quizá excesivamente realista, cuando se entra en el mundo de lo imaginario. Al final, se va a sustituir por el escudo de la familia: les parece más realista.

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