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46º FESTIVAL DE SANTANDER

La noche de María José Montiel

Segunda jornada lírica en el festival. A la ópera siguió el ciclo poemático de Berlioz sobre Gautier, Noches de estío y el antillano del gerundense Xavier Montsalvatge sobre poemas de Alberti, Pereda Valdés y Nicolás Guillén.Las siete melodías, obra de un Berlioz poco más que veinteañero y ya genial, son difíciles en varias dimensiones: la vocal, la expresiva, la poética, la textual y la espiritual. Pero María José Montiel no sólo las domina, sino que tiene toda la obra entrañada en lo más íntimo de su pensar y su sentir. Canta Noches de estío con una perfección iluminada desde una rara pasión musical que a su vez está domeñada por el saber y la inteligencia. Como punto de partida está la voz preciosamente coloreada, densa y moldeable y como punto de llegada la naturalidad. Y ' ya se sabe cuánto trabajo se esconde tras lo que parece como natural.

Ese joven Berlioz hace verdadera magia con la orquesta para envolver los versos y su traslación musical en un clima que otorga a todo el ciclo una gran unidad de intenciones, ambientes, cortes melódicos y distanciamiento evocativo. La Montiel asumió todo esto ante la audiencia del Palacio de los Festivales y la casi maternal solidaridad de su maestra, Ana María Iriarte, claro modelo de la pasión hecha razón.

Antillanas

Frente a Berlioz era necesario un gran giro para abordar las Canciones negras, que quizá debieron denominarse antillanas. Desde la primera -Cuba dentro de un piano- sobre un texto extraordinario de Rafael Alberti podría conmemorarse en menos de tres minutos la "España de desastre", agudamente estudiado por Miguel de los Santos Oliver. Se trata de un lied dramatúrgico con fondo de habaneras de la Costa Brava confiadas a una idealizada cobla. El otro gran hallazgo de la serie es La nana para dormir a un negrito, en la que echamos de menos el sonar característico de las claves quizá porque en Turingia resulta fácil olvidarse de tan elementales bloques de madera. Cada canción negra tiene su secreto y la Montiel lo fue descubriendo en su ternura, su escenificación o su animado ritmar.El estado del material instrumental, según me dicen, hizo desaparecer del programa las Variaciones de Sorozábal, primera dedicación del festival al compositor guipuzcoano en el centenario de su nacimiento. Ocupó su lugar la Sexta sinfonía de Schubert, otra conmemoración esta vez bicentenaria. Los filarmónicos de Turingia rindieron en menor grado que el día anterior, no sólo por el relativo interés del director Christian Kabitz sino más aún porque se advertía la escasez de ensayos. La superó con éxito nuestra soprano, heroína principal de la noche, para la que fueron las mayores ovaciones hasta el punto de tener que bisar dos de las melodías de Montsalvatge.

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