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Reportaje:

Cisma en Rusia entre el 'trono' y el altar

La ley de religiones acaba con la luna de miel entre Boris Yeltsin y el patriarca ortodoxo, Alejo II

Pilar Bonet

Al romance entre el Estado poscomunista ruso y la Iglesia ortodoxa le ha llegado la hora de la verdad. Acabe como acabe, la pugna entre el jefe del Estado, Borís Yeltsin, y el patriarca Alejo II, en tomo a la ley sobre las religiones supone el fin de una idílica relación de más de seis años entre el poder civil -que pone a prueba su carácter laico- y la confesión mayoritaria de Rusia.La ley sobre libertad de conciencia y asociaciones religiosas, rechazada por Yeltsin, pondría en posición privilegiada a la Iglesia ortodoxa y a las otras tres confesiones tradicionales de Rusia (judaísmo, budismo e islam)., Bajo la apariencia de lucha contra las sectas, el documento frenaría el desarrollo de religiones que, como el catolicismo, compiten con los ortodoxos por la salvación de las almas.

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Más allá de la fe cristiana, la Iglesia ortodoxa cree tener una misión especial en Rusia como elemento integrador del Estado y como guardiana de los valores culturales rusos. Estas ideas han sido fomentadas en diversas ocasiones por el poder civil, tanto comunista como poscomunista. Stalin, que destruyó templos a mansalva en los años treinta, recurrió al patriotismo de la Iglesia ortodoxa para combatir a la Alemania nazi. En julio de 1991, cuando Yeltsin, en nombre de Rusia, emprendía la ofensiva final contra el Estado soviético, Alejo II legitimó con sus bendiciones la solemne toma de posesión del primer presidente de Rusia, que marginó a los dignatarios de otras confesiones. Desde el sermón que Alejo pronunció entonces en el Kremlin, las bendiciones eclesiásticas son algo familiar en los actos públicos, y la catedral de Cristo Salvador de Moscú, el templo volado por Stalin que será reinaugurado en septiembre, es hoy símbolo del renacimiento ruso.

La Iglesia ortodoxa, cuyos dirigentes se adaptaron al régimen soviético y colaboraron con el KGB, no gusta de enfrentarse al poder civil. En 1993 medió sin éxito entre Yeltsin y el Parlamento ruso y se calló, (después de que el conflicto acabara a cañonazos. Durante la guerra de Chechenia (1994 1996) evitó las condenas morales. En la campana presidencial de 1996 , Aiejo II criticó a los comuistas y apoyó immplícitamente a Yeltsin. Más tarde, el patriarca esbozó tímidamente los rasgos de una futura doctrina social al exhortar a los dirigentes políticos garantizar el pago de los sueldos a los trabajadores y las pensiones a los jubilados.

La posición de la Iglesia ortodoxa no parece amenazada, si se juzga por la recuperación masiva de las parroquias y monasterios que le fueron. confiscados en la época soviética. Patrimonio de los ortodoxos son 124 obispados, 18.000, parroquias y 390 monasterios (185 masculinos y 205 femeninos). Para entender los temores de la Iglesia ortodoxa a perder sus privilegios hay que distinguir entre la Iglesia como institución y como fe. Como institución, la Iglesia ortodoxa ha ocupado un espacio que en el pasado correspondió a la ideología comunista. Con el mismo formalismo de los funcionarios del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) que cantaban La internacional en los últimos años del comunismo, los Gobiernos rusos han recibido las bendiciones de los popes.

En lo que a la fe se refiere, los sociólogos son hoy cautos en sus previsiones sobre el nuevo arraigo de la fe ortodoxa, pues detectan procesos de secularización y diversificación ideológica que merman la influencia eclesiástica. En 1996, un 88% de los encuestados en un sondeo ruso-finlandés publicado en la revista Cuestiones de Filosofía tenían una actitud "positiva" o "muy positiva" hacia la Iglesia ortodoxa. Sin embargo, este consenso prorreligioso, que incluía también a un 66% que se declaraban ateos, no suponía ni la difusión de creencias claras ni la práctica religiosa regular. Las actitudes religiosas tienen una buena dosis de eclecticismo. El número de encuestados que decían ir a la iglesia al menos una vez al mes en 1996 era del 7%, un 1% más que en 1991.

El afán de la Iglesia por recuperar inmuebles confiscados es superior a su capacidad para ocuparlos. Algunos monasterios masculinos han tenido que ser transformados en femeninos por falta de suficientes varones. Las necesidades financieras han estimulado las actividades empresariales de la Iglesia ortodoxa, que posee una fábrica de objetos de culto y un hotel de cinco estrellas con un magnífico restaurante en Moscú, patrocina un agua mineral y se ha beneficiado de lucrativas exenciones fiscales para importar cigarrillos americanos.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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