Al final, el triunfalismo
Como Santiago es un santo ecuestre, casi siempre representado al galope sobre un caballo blanco y alzando con la mano algo similar a un rejón, la empresa de Las Ventas ha obsequiado a la escasa parroquia, en la fecha jacobea, con un festejo para seis caballeros rejoneadores. Cuatro veteranos y dos debutantes. Esta mezcla de experiencia y bisoñez nos ha permitido ver de todo: desde la eficaz sabiduría de Curro Bedoya hasta el toreo a caballo, alegre y espectacular, de los dos noveles. Pasando, vaya por Dios, por las torpezas de los portugueses y el aburrimiento de Javier Mayoral.La corrida se inició con una actuación muy segura de Curro Bedoya, que exhibió una monta impecable, siempre firme sobre la silla. Clavó muy reunidos, rejones y banderillas, de los que destacó un comprometido par a dos manos. Tumbó al toro de un rejonazo que descordó al animal.
Costa / Seis rejoneadores
Toros de Ortigao Costa, chicos, mansos sin problemas. Curro Bedoya: aplausos y saludos. Paolo Caetano: dos avisos y silencio. Ribeiro Telles: silencio. Javier Mayoral: aviso y algunas palmas. Francisco Benito: nuevo en la plaza, oreja. Basilio Mateo: nuevo en la plaza, vuelta.Plaza de las Ventas, 25 de julio. Un cuarto de entrada.
Los portugueses se mostraron como dos gemelas gotas de agua. Las mismas vueltecitas y los mismos caballazos. Caetano necesitó un montón de toricidas rejonazos para acabar con su enemigo. Ribeiro lo despenó de un horrible lanzazo en la barriga.
Cuando llegó Javier Mayoral el aburrimiento empezó a asomar la jeta. Por allí anduvo el madrileño clavando siempre trasero y con una monta insegura. A veces, daba la impresión de que podría caerse del caballo. En su haber, la habilidad con que sacaba al bicho de las querencias que, buscaba su mansedumbre. En su debe, la cantidad de madera que clavó, no siempre bien colocada.
Con la tarea de los dos debutantes, se instaló el triunfalismo en la plaza. Francisco Benito despertó la simpatía del público enseguida y gozó del calor de sus admiradores, que exhibían pancartas de ánimo. No abusó de los cuarteos, realizó las suertes en los medios y se adornó con espectacularidad. Cuando mató de un rejón que provocó derrame, se levantó el triunfalismo.
La alegría festivalera continuó con Basilio Mateo, que demostró dominio del caballo y que siempre clavó reunido. Ni que decir tiene, que a estas alturas, el público ya babeaba.
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