Galicia
Laureano Oubiña, el presuntísimo capo, es un hombre destemido, con una jeta a lo Edward G. Robinson con barba. Frente al tribunal del caso Nécora sólo le faltó cantar como John Silver: "¡ja, ja, ja! ¡Y una botella de ron!". La última vez que lo pillaron llevaba tres teléfonos móviles, es decir, uno por cada huevo. Si en Galicia hubiese un Hollywood, iría con limusina y zapatos blancos al estreno de su película, con guión de Mario Puzo. Sólo que aquí no se titularía El último Don sino La última Doña. "A miña muller vaime rnatar", dijo tras la detención. Y es que Oubiña sólo teme a alguien en el mundo. A su mujer.Al otro lado de este yacimiento delictivo, menos relevante de lo que aparenta, hay un inmenso espacio social que se sostiene sobre las vértebras femeninas, al igual que un gran haz de heno sobre la espalda de una campesina o un pesado cesto en la cabeza de una pescadera. Si Galicia se encarnase en una sola figura humana, sería, sin duda, una mujer. El viernes es Día de Patria Galega. Debería celebrarse como Día Da Matria. Ésa es la alegoría tatuada, como algo natural, en el subconsciente. No es de extrañar la identificación popular, cuando el pueblo sueña, con Rosalía de Castro. Madre, hermana, amante, viuda de vivos y muertos, y también, conviene no olvidarlo, "extranjera en su patria", "tejedora solitaria", sometida a "mofa y burla" por las élites gallegas que se fotografían en París o Londres y destruyen su propio paisaje.
Rosalía es hoy mujer al tractor, conservera, costurera de multinacionales, y también universitaria. Una revolución silenciosa. Hay ya un 30% más de mujeres que hombres en las universidades gallegas. Ése será el voto decisivo en las elecciones de octubre. Después de Fraga, ¿qué? Después del patrón, por favor, una de Rosalías.
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