No paran de caerse
Los toros de Valencia no paran de caerse. Ya no se pregunta de quién son los toros sino de quién se caen los toros.¿Es correcto llamar ganadero a quien cría toros que se caen?
Curro Meloja, el inolvidable crítico de Radio Madrid en los años 40 y 50, acuñó el término ganaduros para los ganaderos que criaban los toros a gusto del consumidor.
Probablemente esa actividad ganadera no ha cesado nunca y si los toros se caen es porque el consumidor lo exige y el ganadero se los sirve en bandeja.
El consumidor no es el público que paga sino la torería que cobra. La regla económica de la oferta y la demanda, vuelta al revés. Y así está la fiesta: contradictoria, incoherente, confusa; los intereses creados, el tráfico de influencias, el mercadeo de voluntades; la mentira, la corrupción, el disloque.
Dávila / Tato, Conde, Canales
Cuatro toros de Sancho Dávila (dos rechazados en el reconocimiento), escasa presencia -5º impresentable-, muy flojos, varios inválidos, manejables. 1º y 2º de Gabriel Rojas, con trapío, inválidos absolutos.El Tato: dos pinchazos caídos, estocada, rueda de peones y descabello (silencio); pinchazo -aviso-, dos pinchazos leves y se tumba el toro (aplausos). Javier Conde: pinchazo leve bajísimo y se cae el toro (bronca); estocada corta trasera caída y ruedas de peones (algunas palmas). Canales Rivera: bajonazo descarado (escasa petición, aplausos y saludos); estocada caída (oreja). Plaza de Valencia, 22 de julio. 4ª corrida de feria. Media entrada.
No paran de caerse los toros en Valencia y nadie desde los departamentos administrativos encargados de la vigilancia de la fiesta o desde los puestos de responsabilidad política se ha pronunciado al respecto.
Ninguna explicación acerca de por qué tienen que caerse todos los toros todos los días; ninguna investigación sobre este vidrioso tema. Ningún respeto al público, al que se frustra, se defrauda y quizá se tima cada tarde de feria en Valencia y en la mayoría de las ferias y de las plazas.
El Ministro del Interior -responsable máximo del correcto desarrollo del espectáculo-, declaró hace pocas semanas en Córdoba que no hay tanto fraude como se dice en la fiesta. Y, al enterarse, los taurinos brindaron con champán.
El diputado encargado de los asuntos taurinos de la corporación valenciana -propietaria de la plaza- acaba de manifestar que el problema más grave de la fiesta en Valencia es que se celebran demasiados festejos. Parece un chiste.
Y, mientras tanto, los toros se siguen cayendo.
Aparecieron los de Gabriel Rojas, que poseían cuajo y romana, y trastabillaban cual si estuvieran borrachos, hocicaban rendidos, rodaban lastimosamente por la arena. Muchos taurinos guardan para estos casos un diagnóstico irrefutable: los toros se caen porque pesan demasiado. Pero salieron después los de Sáncho Dávila, que carecían de trapío y en su mayoría de peso anda ban justitos, y se caían también. Luego los taurinos no dicen verdad. Conclusión: o los taurinos no tienen ni la más remota idea o son unos embusteros redomados.
Se caían... La faena de El Tato al primer toro casi ni existió. La de Javier Conde al segundo, aún menos, porque el torero se cuidaba el cuerpo y procuró mantener al inválido lo más lejos posible de su afiamencada persona... Pinchó el mencionado -sólo pinchar; una punzadita leve- y el toro cayó patas arriba. Parecido fenómeno acaeció con el cuarto después de que El Tato le hiciera una faena interminable, abundosa en derechazos y también naturales, siempre fuera cacho, encorvado y sin apenas ligar ninguno.
Con el quinto -una caricatura de novillo, especimen impresentable- Javier Conde se aflamencó en las verónicas de recibo, sacó algunos derechazos y naturales sueltos de gustoso trazo y agitanada apostura, perdió a continuación ritmo y temple, y convirtió el muleteo en una desastrada sucesión de enganchones.
Toreo en sentido estricto únicamente acertó a realizarlo, Canales Rivera, las cosas como son. Canales Rivera toreó por naturales como mandan los cánones, erguida la planta, quietos los pies, tirando del toro, templando el viaje, ligando las suertes, y en una postrera serie de redondos repitió la calidad de este toreo bueno. No es que las tandas resultaran completas y macizás -como gustaba decir al maestro Pepe Luis- pues entre algunos desajustes y las repetidas caídas del toro macizarse resultaba imposible; mas ahí quedó eso.
Perpetrado el espadazo -de horrenda ejecución- Canales Rivera compuso un desplante nunca visto: se echó la muleta al hombro, cual hatillo, tiró un beso al testuz del inválido, y fuese, bien farruco. ¡Oh! Debería patentarlo.
Al sexto lo recibió mediante larga cambiada, inició el muleteo muy valientemente de rodillas, y desarrolló larga faena de escasos relieves devaluada por la invalidez perniciosa del torejo. Cobró una estocada de fulminante efecto y eso le valió una oreja, que el público valenciano solicitó a gritos.
La oreja tuvo efectos terapéuticos para el público valenciano. La oreja le redimía del aburrimiento, del disgusto, de la sensación de estafa que le habían provocado los toros inválidos. Y se marchó tan serrano. Y pudo cenar tranquilo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.