Después
Los que habíamos ido para protestar contra la muerte compartimos la manifestación con quienes pedían el retorno de la pena de muerte. Los que nos habíamos sentido sacudidos por el dolor de unos padres anímicamente mutilados comprobamos que uno de los gritos más repetidos y creativos fue el de hijos de puta, no un insulto a los etarras, sino a sus madres. O se les llamaba hijos de perra, y yo pensaba en todas las perras de este mundo, incapaces de disparar a la nuca, de montar zulos infames o de permitir el GAL. Perras que a veces matan para comer o sobrevivir, pero que jamás han torturado a nadie, ni en un zulo ni en las cloacas del terrorismo de Estado.Y al día siguiente vimos cómo volvía a surgir de debajo de la lápi da el discurso de la democracia or gánica, de la España, una, grande y libre. Y al día siguiente vimos cómo el general Rodríguez Galindo emergía de sus cuarteles de invierno a la, espera de cuarteles de verano. Y al día siguiente, los implicados en el GAL levantaron la cabeza, sacaron pecho y estuvieron a punto, sólo a punto, de reconocer sus virtudes históricas como psicópatas de la ra zón de Estado. El balance positivo consiste en que tal vez en el País Vasco la mayoría haya perdido el miedo a rechazar el nacionalismo violento y que algunos presos etarras exijan una salida política a su dirección, pero el conjunto de la operación se me revela ambiguo, in quietante. Se han removido posos del organicismo inguinal celtibérico y se ha dado al Estado el aval de que pueda seguir ejerciendo de Guzmán el Bueno a costa de los rehenes más débiles de ETA, se llamen Ortega Lara o Miguel Angel Blanco. Ya sé que es emocionalmente incorrecto pedir soluciones políticas, pero has ta ahora las únicas exhibidas sólo confirman a 180.000 peligrosos exiliados interiores.
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