Las trampas de la memoria
'La noche temática' de La 2 se acerca a uno de los episodios más trágicos de la historia española: la guerra civil.
Quizá el mejor camino para recordar el pasado no pase por el relato de sus protagonistas; quizá, si uno quiere saber lo que realmente ocurrió cuando una casa se incendia, más vale no preguntar a los pirómanos que le pusieron fuego; o, caso de hacerlo, mejor será no creer a pies juntillas lo que dicen: aunque no sea ésa su intención, los responsables de un siniestro siempre extravían al investigador que anda tras sus huellas.La guerra de España fue un incendio de dimensiones pavorosas en el que se vieron implicadas gentes de la más diversa, condición y de las más enfrentadas ideologías: militares y civiles, curas y laicos, monárquicos y anarquistas, católicos y comunistas, socialistas y fascistas, republicanos y nacionalistas, y otra mucha gente que pasaba por allí y cayó sin mayor razón en uno u otro lado. Jaime Camino ha realizado un notable esfuerzo por oír lo que algunos de los implicados en aquel incendio tuviera que decir a propósito de su origen, su desarrollo y su final. El resultado de horas y horas de filmación es desigual: excelente por el valor de los testimonios y la libertad y el tiempo que cada cual se toma para dar su versión del siniestro, y por las imágenes del alborozo levantado con las primeras llamas y del abatimiento ante la casa en ruinas; más decepcionante por las ausencias y por la repetición de las versiones que los entrevistados han ofrecido decenas de veces por escrito.
Esa relativa decepción tiene que ver, sobre todo, con la limitada adscripción política de los entrevistados, abrumadoramente comunistas y anarquistas, con la presencia de falangistas y nacionalistas catalanes. Dejar la explicación de 10 ocurrido durante los años de República a dos comunistas, algún falangista y un católico tiene el previsible resultado de cargar las culpas sobre los ausentes, los republicanos, cuya posición nadie explica ni defiende. El católico evocará su sectarismo y su afán persecutorio, mientras que el comunista insistirá en su falta de determinación; ninguno reconocerá que ni comunistas ni católicos dieron respiro a la República ni que hicieron todo lo posible para no dejarla vivir; Gil Robles, además, pasará en silencio un hecho al parecer baladí: que desde 1933 la República estuvo de una u otra forma en manos de la CEDA.
Así pues, estamos en guerra por culpa de republicanos y socialistas ausentes ambos del filme. ¿Qué guerra? Una, desde luego, que arrastró en su estela una revolución. Las imágenes de los primeros días, filmadas en Barcelona y Madrid, ocultan la dimensión rural del conflicto, mientras los entrevistados, al centrar toda la cuestión en el retórico debate sobre la primacía de la guerra o de la revolución, desvían la atención de su contenido militar. Comunistas a un lado, anarquistas a otro, con nacionalistas catalanes de testigos, una vez dilucidada la responsabilidad por los hechos de mayo, la guerra pierde interés. Del asalto a la Telefónica se pasa casi sin transición a la derrota, como si ésta fuera resultado de aquélla. Pero de julio del 36 a mayo del 37 no había pasado ni un año y habrán de transcurrir otros dos hasta llegar a abril del 39. Nada de interés, excepto los bombardeos, parece haber ocurrido en ese tiempo.
Esto es así porque el montaje de la película aparenta un intercambio de acusaciones entre Dolores y Federica, entre Líster y Abad de Santillán: la hermosa voz de Pasionaria en un diálogo ilusorio con la apasionada voz de Montseny. Sin restar un ápice al interés de sus respectivas versiones, más habría valido quizá explorar un camino que se cierra apenas iniciado: traer también a la pantalla a gentes que no ocupaban posiciones de poder. El testimonio más tremendo de toda la película es el de un chico destinado por recomendación paterna a un pelotón de fusilamiento; la calma de su evocación no es más atroz que la rutina en el desempeño de su tarea: José Luis de Vilallonga mató hombres a mansalva como quien dispara a conejos.
El caso es que después de los hechos de mayo, vamos ya camino del exilio. Las imágenes que cierran este valioso documental transmiten el amargo sabor de la derrota, compensado por el trabajo de reconstrucción de una identidad colectiva emprendido por el fotógrafo Roberto Vintós en una tribu del exilio. Muy jóvenes al salir de España, ahora en la edad madura, encontraron un medio propicio al desarrollar sus trabajos. No fueron los de México, como revelan las imágenes, los peor parados entre los exiliados. Pero al fotógrafo no le interesa tanto la reconstrucción de su pasado como la indagación en lo que son ahora. Y a este respecto, el encuentro de los fotógrafos con sus fotografías, verse en el papel, juntos o por separado, es como un viaje a sus raíces, como el descubrimiento de una identidad rota por la guerra y reconstruida en el acogedor y generoso exilio mexicano.
Memoria de la guerra se emite hoy a las 23.00 por La 2.
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