Solidaridad y reflexión
ETA aparece, una vez más, sin paliativos, como un movimiento criminal. Cualquiera que haya podido ser su decantación histórica o pretendan ser sus móviles políticos, lo criminal es el rasgo distintivo y definitorio que ensombrece las otras consideraciones. La fanatización, la extorsión, el secuestro y el asesinato son tan graves atentados a la sociedad, a cualquier sociedad, que se explican y califican por sí mismos. Sobra lo demás y hoy la opinión pública se estremece, prácticamente sin excepción, ante un delito bárbaro y más bárbara amenaza que ninguna meta puede justificar y que toda norma, política, ética o jurídica, nacional o internacional, condena. Si algo descalifica a quienes se dicen guerreros y no bandidos es la toma de rehenes y su asesinato como arma de chantaje.En una situación semejante suena, en primer término, la hora de la solidaridad. Con el secuestrado y su familia, víctima azarosa y de todo punto inocente de los errores de la historia, que si todos estamos obligados a reparar no pueden capitalizar una banda de criminales desalmados. Con el pueblo vasco en su conjunto, que, más que ningún otro, está sufriendo las consecuencias devastadoras del terrorismo en su dignidad, cohesión social y economía, y también en la libertad de cada uno de sus ciudadanos: esa tranquilidad de ánimo que procede de la conciencia que cada uno tiene de su seguridad. Con las instituciones del Estado y de Euskadi a las que corresponde garantizar el imperio de la ley.Con las fuerzas políticas democráticas que, por una vez, parecen haber recordado cuanto de fundamental nos une frente al disparate. Con el Gobierno de España, al que corresponde pilotar las acciones necesarias para restablecer la paz pública.Esa hora de la solidaridad ha sido atendida. En Euskadi y en el resto de España, por las instiuciones y por la ciudadanía. desde sectores políticos y de opinión con planteamientos muy diferentes entre sí e incluso sensibilidades distintas respecto de lo que ETA dice, cada vez más gratuitamente, representar. Nadie ni nada da así coartada a la violencia. Ése es un gran paso que, cualquiera que sea el desenlace de la dramática situación de estas horas, no puede perderse con la retórica y el gesto. La solidaridad tan tristemente alcanzada debe constituir un acervo perdurable, al menos para facilitar dos tareas urgentes.
Primero es preciso respaldar cuanto se haga, pilotado por el Gobierno, para rescatar al secuestrado e imponer el respeto de la ley. Sólo el Gobierno está legitimado para actuar como el interés del Estado, sus propias opciones políticas y la prudencia le lleven a hacerlo. Urjámosle a que actúe, con justicia y con habilidad. Respaldemos su acción y valoremos después los resultados. Y superada, confiemos que felizmente, la crisis, sirva la solidaridad para fundamentar una reflexión colectiva. En el País Vasco y a través de toda España, entre los políticos y los intelectuales, en la Iglesia y en los medios de comunicación. Una reflexión que huya de reiterar tópicos, usualmente cargados de reproches, y busque caminos de pacificación. Y si lo hace, los encontrará, porque los hay.
Los problemas de los que ETA pretende falsamente nutrirse no se resolverán sin un esfuerzo de pensamiento ilustrado, imaginativo y abnegado. Si los vascos y los españoles todos, con responsabilidades de cualquier tipo, incluidas las intelectuales, dedicasen a ello el esfuerzo que invierten en descalificarse mutuamente, no tardarían en verse los frutos. Para ello sirve la solidaridad.
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