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Tribuna
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Dos pájaros de un tiro

Cualquiera que sea su suerte futura, la sentencia escrita por el Tribunal Militar Central es la verdad y nada más que la verdad. Y esto es así aun cuando dicha sentencia no suponga toda la verdad de las andanzas del coronel Juan Alberto Perote y de su compañero, el ex banquero Mario Conde, quienes montaron en 1995 una operación de chantaje del Gobierno de Felipe González para beneficio mutuo. Como dice el texto, la sustracción del material del Cesid "revela un inequívoco interés personal (le propio provecho individual que ni se desvela por el declarante y ni siquiera se apunta". La sentencia considera probado el robo con fines espúreos y punto.Los magistrados han venido, pues, a restablecer lo que es normal y lo que es anormal. Tanto Perote como Conde han presentado como normal su mutuo interés por utilizar el material del Cesid para "resolver" los problemas del caso Banesto y del caso GAL sabiendo, según han declarado ambos en sintonía, que el Gobierno socialista estaba preocupado en 1995 por los papeles de la guerra sucia o el terrorismo de Estado. Se trataba, pues, de "devolver" al Gobierno esos papeles, previamente robados, para calmar su presunta angustia, a cambio de reivindicaciones como 14.000 millones de pesetas, cese de un juez, interrupción de informes de la Agencia Tributaria, y otras.

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Los magistrados no entran ni salen en la dinámica de la asociación entre los malhechores, sus montajes y contactos en los medios de comunicación. Los magistrados se lo saben porque entre los papeles incautados al coronel Perote en la prisión de Alcalá de Henares durante dos registros ordenados en 1996 por los jueces Garzón y Palomino está la confesión. Lo que Perote y Conde han considerado un acto normal, pacífico y hasta agradable chantajear a un Gobierno, cualquiera sea su color, con fines bien confesados, privados-, los magistrados vienen a estimarlo como algo monstruoso. La sentencia, por tanto, es una revuelta contra la normalidad que Perote y Conde, con su equipo de abogados, buscaban presentar en lo que era, y es, una conducta perversa.

El coronel Perote dejó en la prisión de Alcalá de Henares la constancia de sus actos. La sustracción de los papeles del Cesid fue una conducta premeditada. Se llevó el material para protegerse. No dice de qué o de quiénes. Probablemente lo hizo para neutralizar a aquellos que desconfiaban de él y tuvieron la osadía de investigar su afición por ciertos negocios. Lo hizo para sentirse más seguro y disuadir con el arma documental a quienes pudiesen estar tentados de actuar contra él.

En sus escritos se describe toda la tramoya, con su patrioterismo impostor y su tono quejica hacia su socio Mario Conde, por no decir "ni mus" y, en cambio, ser el centro poderoso de toda la historia y salir favorecido con su propia leyenda. Está su estrategia con los chicos de la prensa. Es decir: la coartada de que el verdadero filtrador de los documentos es un fantasma llamado Viriato, quien, según el coronel y sus cómplices -los que un día, como el periódico El Mundo, se beneficiaron de Perote y más tarde le llamaron delincuente-, fue el responsable inexistente de todo.

"Hay que plantear la duda de su existencia, al menos", escribe Perote, en referencia al personaje ficticio Viriato y a las declaraciones amañadas de Pedro J. Ramirez y de sus colaboradores ante el juez Palomino.

La sentencia, pues, es un mismo tiro contra al menos dos pájaros. Uno de ellos aparece con su propio nombre. El otro, Mario Conde, es el innombrable.

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