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Decía hace poco Helmut Schimdt que "la globalización es el motivo de que hayan desaparecido puestos de trabajo en Europa occidental, los cuales se han trasladado a países de sueldos bajos de la Europa del Este, a América y Asia, provocando en las viejas democracias europeas un desempleo a gran escala. Aquí baja el nivel real de vida, mientras que en nuevos países industrializados y que están en el umbral de serlo sube" (A toda máquina hacia el siglo XXI, EL PAÍS, 7 de junio). Afirmaciones poco dudosas, que coinciden con las nuevas prédicas antidesempleo del nuevo presidente de Gobierno de Francia. Lo que nadie dice es cómo se reacciona para que no suceda así, cómo se hace la Europa más social en el marco de la globalización. Esa disminución del "nivel real de vida" se ha resuelto, en Estados Unidos, "a costa de los pobres y de las personas de salarios más bajos". En Europa, el más bajo nivel de vida será, en su caso, el de los parados. ¿Es la cuestión optar entre paro o salarios más bajos, al menos para un sector creciente de los trabajadores? No quiero pronunciarme, en este lugar, por unas u otras soluciones, que nadie, en verdad, aporta. Yo tampoco tengo el secreto, pues, si lo tuviera, no dudaría en ofrecerlo, gratis, a los demás. Lo que sí quiero decir es que, rechazado cualquier proteccionismo (aunque tenemos en Europa la agricultura más protegida del mundo, tampoco vamos a presumir de generosos liberalizadores), las prédicas no cambian la realidad, salvo cuando contienen una clara doctrina que se entienda en términos, a la vez, económicos y sociales. Nos encontramos, por un lado, en procesos de modernización y flexibilización de las economías europeas, con objeto de poner los aparatos productivos al tope de la eficiencia posible, para poder competir en el mundo globalizado; lo que tiene su complemento financiero indispensable: pongámonos todos en orden, y no dejemos resquicios a las capacidades productivas para ser menos productivas.. Pero, en la medida en que ponernos las cosas en orden, los problemas sociales subsisten, en forma de paro o de salarios menos brillantes. Si, para resolverlos, dejarnos o ponemos cosas según el viejo estilo, el riesgo, de quedamos atrás en la carrera abierta por la globalización es evidente. El problema de Europa es poder competir de manera adecuada, conservando a la vez eso que podríamos llamar la cohesión social; y nadie, que yo sepa, ha encontrado la fórmula.¿Hay una alternativa tercera para la opción entre paro y salarios menos brillantes, manteniendo la competitividad?

Muy importante, además que la solución opere, no sin que el Estado intervenga, sino que lo haga de modo qué no quite un ápice de fuerza y creatividad a las iniciativas priva das, que son el verdadero motor que permite competir en el mundo globalizado. Y ahí es donde faltan fórmulas, o ideas; sobre todo de efecto rápido. ¿En (qué se van a traducir las nuevas llamadas a "lo social"? Mientras tanto, las invocaciones parece que confían más que otra cosa, en el poder creativo de la palabra.

Lo curioso es que sobre estas cuestiones hay un debate de ideas (económicas), pero que está oscurecido por la lucha por el poder. Se piden, soluciones a los políticos, y los políticos lo que quieren son votos; naturalmente, para resolver el problema. Así el debate "social" europeo da, como debate, un poco de risa, pues todos parten de la misma doctrina económica; no hay alternativa seria, en la actualidad, que se conozca; pero los que ya están se cinchan en sus Privilegios o "derechos adquiridos"; los que no están reciben algo para taparles la boca, Y los políticos se desgañitan por marcar la diferencia con sermones que produzcan cosecha de votos, y al final paga poco,como se ha visto en Amsterdam. Nadie quiere que haya desempleo, entre los políticos de diversas tendencias que uno conoce; es incómodo que algunos pretendan apropiarse el monopolio de buen corazón cuando resulta que, puestos en él sitio, hacen casi lo mismo; sólo cambia, en verdad, el discurso para consumo público, y el clan que disfruta del poder.

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