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Tribuna
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La nave lleva el nombre de Sagan

A la espera del alba marciana que transmita a Sojourner la energía necesaria para su primer paseo, el Centro de Convenciones de Pasadena, sin noticias inmediatas, cobra un carácter híbrido de feria y casa de los recuerdos. Se venden meteoritos, telescopios, libros y suscripciones o plazas para campamentos astronáuticos (la última moda entre los muchachos estadounidenses).Hay además una serie de exhibiciones que nos recuerdan que la conquista del espacio no comenzó ayer: un maniquí de astronauta, un panel de la NASA conmemorando el veinte aniversario de las misiones Viking, una roca lunar "en cumplimiento de los sueños de John F. Kennedy"... Todo un baño de nostalgia, que incluye fracasos (como el abandonado globo marciano de la Sociedad Planetaria) o recuerdos de la guerra fría, como un CD Rom donde se venden los secretos espaciales soviéticos.

El presente comienza en el siempre custodiado fragmento de ALH84001, el meteorito marciano que el verano pasado desencadenó la fiebre que aún estamos viviendo. El futuro es, lógicamente, lo más atractivo: visitaremos más asteroides, remolcaremos hasta la Tierra un trozo de cometa, alcanzaremos Plutón. Pero, ¿llegaremos a navegar bajo las brumas de Titán? Quizás sí, aunque en uno de los puestos un grupo ecologista reparte encuestas sobre si las 72 libras de plutonio 238 son lo bastante seguras como para alimentar el motor del cohete que transporta la nave Huygens Cassini, en parte europea. Como se ha dicho tantas veces, no podemos dejar de exportar nuestros problemas al espacio.

El éxito tecnológico con el que ha culminado la misión Mars Pathfinder quedó empequeñecido al anunciar Dan Goldin solemnemente que la nueva y minúscula base marciana llevará para siempre el nombre de Carl Sagan. Luego, la emoción llegó al máximo cuando la viuda de éste, Ann Druyan, recordó la vida de Sagan, su angustia por la carrera nuclear, su aspiración a dejar a sus hijos un mundo más seguro. Cuando su voz se quebró hubo en la sala un silencio emocionado y luego todos, puestos en pie, aplaudimos largamente: pareció como si, más allá de la tecnología, e incluso de la ciencia, el recuerdo de Sagan hubiese llegado para darle sentido a tanta inversión y a tanto esfuerzo.

Francisco Anguita es geólogo planetario, profesor de la Universidad Complutense (Madrid) y miembro de la Sociedad Planetaria.

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