Estrellas solidarias
Los últimos 30 años de la historia del jazz serían ligeramente diferentes si Herbie Hancock no hubiera incidido en ellos con suaves golpes de timón. Nunca se ha considerado un gran renovador, pero ha sabido sacar excelente provecho a su técnica espectacular, a su erudición ilimitada y a su decidida flexibilidad conceptual.Ahora es un maduro interesante que deja entrever un alma bohemia bajo sus maneras educadas y hasta algo conformistas, como si a sus 57 años hubiese concluido que lo mejor es transitar por la vereda del medio, a caballo entre el jazz golfo de sus años hipereléctricos y las hechuras señoriales de su etapa escrupulosamente acústica.
Para culminar con éxito este delicado compromiso, no ha reparado en gastos y se ha rodeado de cinco cabezas de serie en sus respectivos instrumentos, de un grupo de auténticos jefes de tribu que, a su vez funcionan desde hace años como prósperos guías estéticos.
Herbie Hancock & The New Standard All Stars
Herbie Hancock (piano), Michael Brecker (saxo tenor), John Scofield (guitarra), Dave Holland (contrabajo), Jack Dejohnette (batería) y Don Alias (percusión).Cuartel del Conde Duque. Madrid,5 de julio.
Hancock salió parlanchín. Tanto se dejó llevar por la euforia, que incluso recordó, con gesto nostálgico, una lejana visita a la capital con Miles Davis que, salvo error u omisión, nunca se produjo. Esta travesura de la memoria pasó a segundo plano cuando se sentó ante un estupendo Bösendorfer para atacar NewYork minute, también pieza de arranque de su discutido disco The new standard, con su habitual claridad estructural y envidiable control instrumental.
Alta densidad
Tampoco Michael Brecker ni John Scofield, en sendos solos de alta densidad y dimensiones generosas, . esperaron para dejar constancia de su infalible sentido del clímax. Norwegian wood, de Lennon y MacCartney, sirvió para remansar la atmósfera y cambiar de tercio, fue un breve paréntesis.De ahí en adelante, los ritmos se hicieron aún más explícitos y contundentes, primero con la melodía amable de Mercy street, de Peter Gabriel, y más tarde con la negritud descarada de Thieves in the temple, de Prince. Hancock y compañía estaban en su salsa haciendo malabarismos, a veces un poco amenazados por la sombra del cliché, sobre esquemas sencillos, abiertos y moderadamente bailables. Justo la música que esperaba el público en una noche de verano tan poco veraniega.
Mención aparte merecen el endiablado fondo percusivo que tejió Jack Dejohnette, todo un coloso, y los colores que pintó Don Alias con sus tambores sutiles.
Dave Holland, muy metido en su papel de hombre serio del sexteto, desgranó imperturbable líneas imaginativas y figuras rítmicas de consistencia pétrea. Aunque las agujas del reloj rondaban la medianoche,. hora límite fijada por el Ayuntamiento de Madrid, el grupo obtuvo permiso para regalar una tenue propina final, Love is stronger than pride, de Sade, que sirvió para confirmar que las reuniones de estrellas pueden sonar a algo más que a frívolos desfiles de egos.
Babelia
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