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Una "Peineta" de cuero

Casi 10.000 jóvenes celebran en Madrid un macrofestival con viejas glorias y grupos nuevos de rock

Eran casi las diez de la noche de ayer cuando en el estadio de la Comunidad, conocidopopularmente como La Peineta, sonaron los primeros compases de Mujer de magia negra, la popular canción que hizo célebre en los setenta el grupo Santana, aunque esta vez las notas salían de la limpia guitarra de su autor verdadero, Peter Green. Se llevaban en esos momentos casi nueve horas de música rock. Era uno de los momentos más esperados de la maratoniana jornada en la que el rock sin los adjetivos de heavy, duro, macarra, punki, de barrio, hardcore o lo que se quiera, campaba a sus anchas por los, recovecos del lugar. La presencia de Peter Green en el macrofestival era "la compensación a los años que este viejo bluesman ha estado entregando sus ganancias a obras de beneficencia. Una devolución justa", quiso hacer ver Jimmy Lim, director de la compañía Mastertrax, organizadora del macrofestival Rock'in Madrid, que conmemora sus 10 años en España.Cuando Green se estaba. sacudiendo su modorra de tantos años sin subirse a un escenario los asistentes ya habían disfrutado de las actuaciones de nueve artistas que habían ido desfilando desde antes de la una de la tarde. A Manolo Kabezabolo le había tocado abrir a la una en punto, pero tenía tantas ganas de actuar que inició su actuación un cuarto de hora antes para tocar más tiempo. Para entonces no habría aún en La Peineta más de 2.000 abnegados. Este juglar romántico del punki descarnado sentó las bases de lo que después iría viniendo. Pulkas y Moonspell le siguieron hasta la siguiente actuación de un grupo español, los alcalaínos A Palo Seko.

Con Eleven Pictures y Blood Divine la cosa se tranquilizó, aunque no en la tralla que descargaban. Abajo, en el césped que había sido cercenado en su mitad para montar el escenario en el lateral enfrentado a las enormes gradas que dan el nombre popular por el que se conoce el estadio, el lugar de los tradicionales fondos de portería, el colorido se movía en función de las camisetas que vestían los asistentes. Rock ingenuo en estado puro. Un festival como los de antes, con jovenes que efectivamente se embutían en sus ceñidos pantalones pitillo con el pelo corto por delante y abundante por detrás, igual que los primeros futbolistas que llegaron del telón de acero cuando aún la Liga española no se llamaba de las estrellas. Y los bailes compulsivos meneando las cabezas mientras tocaban con ahínco sus guitarras imaginarias. Pero también jóvenes con aspecto grunge moderno, de los que pueblan los festivales independientes los últimos veranos.

Joserra vivió el concierto desde otro punto de vista. Se pasó las 12 horas conduciendo el ascensor que llevaba de un piso a otro a los organizadores del festival. Los Suaves cerraron la jornada, ya bien oscura y entrada la noche. Diez mil jóvenes, sin ningún incidente, habían vibrado al son del rock.

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