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El eco de Camarón, cinco años después

En el aniversario de su muerte, el flamenco busca un heredero del cantaor de La Isla

Hoy se cumplen cinco años de la muerte de Camarón de la Isla. José Monje Cruz tenía 41 años el 2 de julio de 1992. Murió en la Residencia Universitaria de Badalona, a mil kilómetros de San Fernando (Cádiz), donde nació y fue tumultuosamente enterrado. En ese momento, nacía el mayor mito gitano de todos los tiempos. Hombre frágil y tímido, artista poderoso y único, su estela -grabada en 19 discos- resuena todavía como el mejor testimonio del dolor y la gracia de un pueblo. Cinco años después, nadie ha ocupado su sitio, y los que fueron sus compañeros expresan su nostalgia y su gratitud hacia el genio que popularizó y revolucionó el flamenco desde la pureza y la falta de ambición.

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Un ídolo de excepción

Una iniciativa turística del Ayuntamiento de San Fernando y El Corte Inglés -La ruta de Camarón, que empieza a funcionar el sábado- es el homenaje más importante que va a recibir el cantaor gitano que trascendió los límites de su profesión para convertirse en líder espiritual: las mujeres de su raza llevaban a sus niños para que los tocara; su mausoleo sigue siendo lugar de peregrinación. Como Miles Davies en el jazz o Bob Marley en el reggae, su arte se comprendía sin necesidad de entender notas o textos. Su amigo, productor y primer, y penúltimo guitarrista, Paco de Lucía, lo explicó así: "Mientras otros cantaban letras de temática social, la voz desgarrada de Camarón evocaba por sí sola la desolación de un pueblo".Artista de inspiración, Camarón poseía además algunas virtudes cruciales que hicieron de él un cantaor único. El compilador de su Antología esencial (PolyGram), José Manuel Gamboa, señala "un sentido innato de la calidad, un dominio estratosférico de la afinación, un compás inédito y una insobornable valentía en la exposición".

Enrique Morente -que el día que murió Camarón declaró: "No nacerá otro como él"- siente que su amigo "no era del todo consciente de su importancia, aunque sabía perfectamente quién era, y lo que tenía. Nació con ese don y esa personalidad, y quizá por eso no alardeó de ello ni envidió a nadie".

Su falta de disciplina y de ambición, su débil salud, su carácter hermético, su porte principesco, sus escapadas a lomos del caballo y su voz capaz de alcanzar registros inéditos de sentimiento hicieron de Camarón un mito en vida. ¿Fue él consciente de eso? Los periodistas que lo trataron dicen que entrevistarle era como dispararle a un niño: monosílabos, sonrisas tristes y silencios huidizos convertían la búsqueda de un titular en un infierno culpable. Él dijo que su discurso era el cante, y dejó caer que era un cantaor con "alma, corazón, gusto y estilo", aunque creía que esos dones no le correspondían del todo, que se los habían mandao.

Al día siguiente de su muerte, Le Monde lo definió como una "mezcla de niño y anciano, de flamenco puro y rockero imaginario, fabricante de revoluciones y estereotipos, amable y diabólico a la vez". Morente lo recuerda como un hombre cariñoso -"Era un disfrute oírle hablar porque tenía ese aje [gracia] de Cádiz, y mucho coraje pero nada de guasa [mala uva]"- aunque tiene la impresión de que, "como todos los que tienen a su alrededor mucha gente que los admira y los quiere, y él tenía miles, se sentía muy solo".

Según todas las versiones, José Monje fue sobre todo un tipo frágil, sensible, capaz de cumplir todos los requisitos del malditismo. En su biografía, Francisco Peregil escribía: "Fue yunque, fragua y alcayata, y también billares, hachís, bocadillos, cocaína, papel de aluminio, ácidos, y tabaco rubio americano, Mercedes Benz, galas en América..."

Y entre espantás y bolos, herido y roto, se refugiaba en casa, con Dolores Montoya, Chispa, y sus cuatro niños; o con Tomatito (su segundo y último guitarrista) y seis o siete amigos, palmeros y secretarios. Para ellos cantaba en las juergas de noches y días. Aunque tampoco ahí era extravertido, recuerda Chano Lobato, cantaor gaditano de 70 años que lo conocía desde que era un niño llamado El Pijote: "Sólo una vez, en el Rocío, una noche se levantó del asiento y me vino a dar un beso y un abrazo, cuando canté un cuplecito por bulerías que bailó Lola Flores".

"Era tan tímido que parecía antipático", añade Lobato, "pero lo que pasa es que sólo se apasionaba cantando, en la vida estaba más alejadillo. Tenía una cabeza extraordinaria para cantar, mucho sentido, mucha personalidad: a todo lo que le metía mano le daba su toque y nunca perdía la pureza".

Ventas modestas

Camarón opuso una feroz resistencia al trabajo de los managers y trató de escabullirse siempre de la manipulación del show-business. Aunque eso significara que, de un negocio que empezaba a ser oro para muchos, Chispa apenas tuviera para pagar su enfermedad y su entierro.Pese a su inmensa repercusión, sus cifras de venta en los 24 años pasados desde su primer disco, Camarón de la Isla con la colaboración especial de Paco de Lucía -1969- hasta el último, Potro de rabia y miel -1992-, fueron tan modestas como difíciles de calcular por la piratería: aproximadamente 360.000 copias vendió de 19 discos -164 temas-. Pero esa tendencia se rompió el día de su muerte. Potro de rabia y miel superó rápidamente las 50.000 copias de su anterior éxito, Soy gitano.

La posterior polémica por los derechos de su obra, que implicó -sin justicia- al que fue su primer valedor, Paco de Lucía, constituyó el último fogonazo de manipulación y el primer síntoma de que la audiencia del flamenco empezaba a crecer. Morente cree que Camarón fue culpable "en un porcentaje altísimo: su cante no tenía desperdicio y cumplió la tarea de transmitirlo a gran escala". Sería que, como escribió Le Monde, "no lo había más gitano, más flamenco, más gracioso, más elegante, más torero ni más mítico. Le bastaba aparecer para cantar, incluso mal, y cautivar".

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