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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Atasco aéreo

SEIS MESES después de los insólitos acontecimientos en cadena que produjeron el colapso del aeropuerto de Barajas, ni AENA, el organismo encargado de gestionar los aeropuertos, ni el Ministerio de Fomento, máximo responsable político del transporte aéreo, parecen haber encontrado solución al gravísimo problema de la congestión del tráfico en el aeropuerto de Madrid. El departamento de Rafael Arias-Salgado -se supone que enfrascado en los arduos problemas de interés general y europeo que ha planteado, por sí y para sí, su ley digital- no encuentra tiempo para resolver un problema que, éste sí, afecta al interés de casi todos los ciudadanos. El presidente de Iberia, Xabier Irala, poco sospechoso de tremendismo, ha tenido que recordar al Gobierno que se avecina un verano "caótico" para el tráfico aéreo si la congestión de los vuelos en el aeropuerto madrileño no se soluciona con urgencia.Las dificultades de funcionamiento de Barajas, un aeropuerto claramente insuficiente para el volumen de tráfico que debe aceptar, se han hecho evidentes en los últimos años, sin que el Gobierno anterior ni éste hayan sabido resolverlos. La modernización de Barajas se ha convertido en objeto de debate entre quienes defienden la construcción de un segundo aeropuerto y quienes proponen dotar de cinco pistas al actual aeropuerto, que cuenta con dos y una tercera en fase de construcción. Casi todos los argumentos están a favor de la ampliación, pero falta una decisión última, y si algo está claro es que la tercera pista no resolverá por sí sola todos los problemas de congestión.

El Gobierno está desempeñando en este conflicto un papel poco airoso. Arias-Salgado patrocinó en diciembre la idea de utilizar el aeropuerto de Torrejón para descongestionar Barajas; hoy ya puede decirse que tal idea ha sido un rotundo fracaso. Tan sólo una compañía aterriza y despega en sus instalaciones. Tampoco ha sido capaz de ofrecer una expectativa de solución a corto y medio plazo que permita vislumbrar que el problema del estrangulamiento del tráfico tiene solución, y, al margen de la cuestión de la capacidad de Barajas, Fomento y las autoridades aeroportuarias han sido incapaces de poner orden en los complejos problemas de funcionamiento del aeropuerto -aumento de la demanda de vuelos, regulación del trabajo de los controladores-, que acaban por sumarse al caos organizativo y obstaculizan aún más el flujo de tráfico.

La llamada de atención del presidente de Iberia no debe caer en saco roto. Sus propuestas para agilizar el tráfico aéreo -aumentar el número de aterrizajes y despegues o disminuir el tiempo de rodadura- deben analizarse y tomarse en consideración siempre y cuando se garantice la máxima seguridad en los vuelos. El principal aeropuerto español, que es la base natural para el grueso del tráfico aéreo entre Europa y el otro lado del Atlántico, no puede ofrecer el espectáculo de la chapuza organizativa permanente, los retrasos, la impuntualidad y la falta de consideración hacia los clientes, que lo convierten en un escenario tercermundista. El Gobierno tiene que dar soluciones meditadas para los problemas de tamaño o estructura y para los de organización interna. Hasta ahora no lo ha hecho. Barajas será buena parte de la imagen de la sociedad española este verano, y esa imagen debería resultar lo más civilizada y ordenada posible.

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