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Ejemplaridad de Edward Saíd

La firma inesperada de los acuerdos, las campaneadas peripecias de la Conferencia de Madrid y la zaramalla de la rimbombante ceremonia de la Casa Blanca con recepción bajo palio del "ex terrorista" Arafat por su "amigo" Bill Clinton fueron acogidas por la casi totalidad de la prensa internacional con salvas de aplausos al "coraje y lucidez" de sus protagonistas. Muy pocos se tomaron la molestia de escudriñar la maraña de apartados y cláusulas de lo que se había pactado y verificar la exactitud de lo que Edward Saíd denominó sin circunloquios capitulación o "versalles palestino".Con la amplia visión que le procuran su experiencia y cultura y la libertad e independencia que le caracterizan, el autor de Orientalismo esbozaba un cuadro sombrío de la realidad avalada en el llamado proceso de paz: "Israel ha conseguido de los árabes la aceptación, el reconocimiento y la legitimidad sin verse obligado a renunciar a la soberanía sobre la mayoría de los territorios ocupados, incluido Jerusalén Oriental"; idem, "la desposesión definitiva [de sus tierras] del 55% de los palestinos que viven fuera de los Territorios Ocupados" cuyos derechos a una indemnización habían sido garantizados durante décadas por las resoluciones de la ONU; idem, la transformación de los desposeídos y sus representantes políticos en terroristas arrepentidos, dispuestos a colaborar y asumir responsabilidades secundarias en el marco de una ocupación apenas maquillada y de inciertos límites. El juicio de Edward Saíd:

"Israel ha triunfado absolutamente, ha realizado todas sus aspiraciones históricas y estratégicas merced a la política norteamericana: conquistó Palestina por la fuerza, desterró a sus habitantes y ahora obtiene, no sólo la aquiescencia, sino también su cooperación en el mantenimiento del Gobierno militar sobre el 20% de lo que queda del territorio del ex mandato británico. Es como si la historia palestina hubiera decidido, por decreto de la OLP, anularse a sí misma" caía como una ducha de agua fría sobre el optimismo ilusorio suscitado por los acuerdos y el Premio Nobel de la Paz concedido a sus artífices.

Si, en opinión de algunos lectores, el panorama trazado por Saíd en los ensayos de Gaza y Gericó. Pax Americana pecaba de un pesimismo excesivo, los hechos se han encargado de darle la razón. Tras el asesinato de Rabin por un extremista religioso judío y la victoria electoral de Netanyahu, el precario y en verdad lamentable edificio de la flamante Autoridad Nacional- Palestina se tambalea hoy tanto por el acoso de los halcones del Likud y la ultraderecha israelí como por la asombrosa irresponsabilidad de sus líderes y los mecanismos de autodefensa de una población acorralada en bantustanes y guetos miserables.

¿Cómo explicar semejante fracaso? Edward Saíd no ahorra sus sarcasmos a la patética figura de Arafat y su larga cadena de errores y fallos: su identificación inepta, durante veinte años, con los movimientos armados de los argelinos y vietnamitas; su desconocimiento de los métodos de lucha no violenta de Gandhi, Martin Luther King y Mandela; la arrogancia y caciquismo que le han convertido, en el crepúsculo de su carrera, en el menesteroso gobernador militar de Gaza. La ausencia de democracia, persecución de periodistas e intelectuales críticos, censura de prensa y libros, multiplicación de cuerpos de policía, burocracia corrupta y nepotismo sin límites que pude comprobar de visu duLo ocurrido, puntualiza, no es fruto de la casualidad. La falta de democracia real en los países árabes y la instrumentalización de las élites por los gobernantes conducen inevitablemente a situaciones de dependencia económica política y militar con respecto a las potencias europeas y sobre todo a Estados Unidos. El ensimismamiento de la cultura árabe y su escasa curiosidad y conocimiento de los mecanismos de funcionamiento y dominación de las sociedades ajenas -defectos de los que adolece igualmente la nuestra- la exponen a una sumisión de facto al poder de las más fuertes expansivas y omnívoras: "La negación' y el 'no reconocimiento' conforman frecuentemente la respuesta del débil ante las cosas que aborrece o teme, y ésta ha sido la clave de la política árabe frente a Israel en los últimos cuarenta años". Endogamia, pasividad, refugio en el pasado, alternancia entre el rechazo total de los valores europeos y norteamericanos y su adoptación acrítica encierran a los pueblos colonizados durante décadas en un callejón sin salida. Los intelectuales orgánicos se limitan a actuar al servicio del amo y del gobernante, a defenderlos y a morder a sus atacantes, eludiendo cuanto pueda perjudicar los intereses propios y dañar su futuro. En un paisaje tan desolador -del que emergen aquí y allá excepciones aisladas- el autor de Palestina. Paz sin territorios se pregunta con retórica de buena ley: "¿Estamos condenados a perpetuidad al subdesarrollo, la dependencia y la mediocridad, o merecemos como pueblo alcanzar aquello para lo que nos ha capacitado nuestros recursos y logros del pasado? ¿Estamos escogiendo ser una reproducción del África del siglo XIX a fines del siglo XX?-.

A diferencia de otros intelectuales árabes, Saíd, como Azini Bichara -con quien pude conversar extensamente en Jerusalén-, saben distinguir entre los israelíes que se conforman con un país normal llamado Israel y quienes sueñan, sin reparar en los sufrimientos del desarraigo y sujeción de los palestinos, en el mítico Reino de Judea prometido en la Biblia. Mientras las grandes medios de comunicación de masas prestan una atención continua y casi enfer

miza a la nebulosa islamista -de la que excluyen, muy significativarnente, a los Estados en donde reina el fundamentalismo más sectario y retrógrado, como en Arabia Saudí y los virreinatos petroleros del Golfo-, no parecen advertir en cambio la existencia de un extremismo sionista que hace y deshace en los Territorios Ocupados con el apoyo descarado de Netanyahu. Los colonos de los asentamientos de Gaza y Cisjordania, imbuidos de una creencia dogmática y de un desprecio a los valores seculares de una buena parte de la sociedad israelí, aplican sans état d'áme el modelo indioamericano de la creación de reservas o, en el mejor de los casos, una politica de apartheid similar a la que existió en Suráfrica. Esta conjunción de intolerancia, fe ciega y "cultura" norteamericana -en la que se educaron una buena par te de los colonos más extremistas- explica su indiferencia a la suerte de unos nativos a quienes utilizan -sin embargo como mano de obra barata: la acepta ción general por una comunidad de implantación reciente -que aspira a reducir al mínimo las molestias, causadas por la pre sencia de centenares de miles de, "indígenas"- del hacinamiento de otra comunidad más antigua en guetos mugrientos cercados a menudo con alambradas. ¡La creación de nuevas colonias no pone en peligro, según Netanyahu, el paticojo y caricaturesco proceso de paz!La absoluta contradicción o, por mejor decir, esquizofrenia entre la exigencia israelí de seguridad y la imbricación creciente e inextricable de dos comunidades con un estatus jurídico totalmente distinto -una con todos los derechos; otra, sin ninguno-. no puede resolverse ni curarse con la represión sino con el retorno a unas fronteras estables reconocidas por la comunidad internacional. Para vivir en paz, palestinos e israelíes deben aceptar una separación temporal. Pero, como advertía el periodista israelí Meron Benvenisti, "el mismo Gobierno que asegura promover la coexistencia pacífica a partir de la segregación total de los habitantes de la Tierra de Israel, crea deliberadamente una imprevisible situación demográfica que favorece hasta el máximo la frecuencia e intensidad de explosiones, futuras" (Haaretz, 22 de diciembre de 1994). Desde el triunfo electoral del Likud, la evolución de los hechos y enfrentamientos no ha cesado de agravarse y reducir a cero las miríficas esperanzas- de Oslo.

El descarriado proceso de paz es mero flatus voci o gesticulación para la galería. La excepción israelí -la monstruosidad del genocidio nazino justifica la aplicación de procedimientos neocoloniales condenados hoy por la Carta de las Naciones Unidas y numerosas resoluciones del Consejo de Seguridad, con excepción de Estados Unidos. La larga historia de pluralismo y tolerancia simbolizada por Jerusalén aboga en favor de una visión compartida, integradora y abierta. Pero cedamos la conclusión al propio Edward Sáíd: "La auténtica reconciliación no se impone a la fuerza; nunca se alcanzará entre sociedades y culturas cuyo poderío difiere de forma abismal y en las que este abismo sirve para imponer el dominio de unas sobre otras".

Juan Goytisolo es escritor

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