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Bailén

Conociendo el autoconfesado sentido del humor de quienes ejercen el poder, los poderes, la primera vez que oí hablar del "tribunal del ruido" creado por el excelentísimo Ayuntamiento de Madrid pensé que se trataba de otra simpática chirigota de nuestros entrañables gobernantes, rama edilicia. Sin embargo, leo algún tiempo después que no sólo existe, sino que funciona a tope. Ya ha examinado las 48 primeras solicitudes de licencia de apertura de otros tantos bares madrileños y adoptado resoluciones bíblicas, e incluso milimétricamente salomónicas: se otorgaron 24 licencias ("¡venid, benditos de mi padre!") y se denegaron ("¡id, malditos, al fuego eterno!") otras tantas.¿Por qué me creía yo que se trataba de una gracieta más? Porque resulta público y notorio que el mayor productor de ruidos diurnos y nocturnos en esta ciudad, y por ende el máximo transgresor de la antigua, fané y descangallada "ordenanza del ruido", es el propio Ayuntamiento.

¿A quién apelarán los vecinos, comerciantes y usuarios de tantas y tantas zonas urbanas sometidas al espantoso fragor de las obras municipales? La ya emblemática y mártir calle de Bailén es, sin ir más lejos, como Sarajevo, aunque sin guerra. ¿No vencía el próximo 30 de junio el último y presuntamente definitivo deadline para la culminación del horror? Si tampoco en esta ocasión sucede así, ¿creará el Ayuntamiento un gran jurado, imparcial, por supuesto, para examinar e indemnizar las más que razonables quejas y los trastornos de todo tipo que padecen los damnificados? Y.. ¿quién resarcirá a los madrileños por el patrimonio histórico ya irremediablemente destruido?

Rememoremos, de la larga saga de Bailén, los tristes acontecimientos de agosto del 96: en una sola noche, las maquinonas del señor alcalde, auténtico obseso de los túneles y estacionamientos, se cargaron la Casa del Tesoro, el jardín de la Reina y demás vestigios monumentales descubiertos en las excavaciones de la plaza de Oriente. Total, y como afirmó algún prohombre del Ayuntamiento, "sólo" se llevaban gastados 500 millones de pesetas en su exhumación y estudio. Un par de días después, el regidor fue mucho más terminante: "He hecho", dijo, "un gran beneficio al patrimonio artístico y cultural de Madrid".

El túnel, como la convergencia de Maastricht en otros campos de batalla familiares, era lo único importante. El desmán cultural, histórico y artístico, una minucia comparada con el interés y urgencia de la obra, y, ¿cómo no?, con la eficacia "europea" de los gestores municipales y su seriedad, supongo que germánica, en el respeto de los plazos fijados. Vuelvo a preguntarme: ¿quedará todo cual "balsa de aceite" para el 30 de junio?

Escribo esto a 16. Hace tres o cuatro días recorrí "el frente" despacio después de la medianoche. El ruido de las perforadoras era (¡aún!) incesante. Desde un balcón de la fachada norte. del número 19, por encima de una conocida y vieja taberna que sobrevive al martirio, contemplé un panorama de vallas e inmundicias, la calle de la Almudena clausurada, el semiarrasado jardín, antaño placentero, que se extiende entre Bailén y la plaza de San Nicolás, -un corralón de maquinonas estertóricas taponando la calle principal, y, apuntando letalmente hacia la finca citada, cual monstruoso cañón, la doble bocaza del famoso túnel-parking, oscuro objeto de deseo de la líbido edilicia. ¡Qué porvenir de silencio aguarda a los pobres vecinos como premio a sus años de sufrimiento!

Por lo que se refiere a la famosa "inseguridad ciudadana", no atraviese el lector ni de noche ni de día, de momento, los jardines citados, por si los depredadores, ni cruce tampoco en dirección a palacio por la acera de enfrente, pues los bandoleros tienen un puesto de observación en lo alto del jardín-ladera.

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¿Y el futuro? Creía yo que todo este inmenso follón "convergía" en la peatonalidad de la plaza de Oriente, pero me aseguran los vecinos que no es así. Seguirá habiendo circulación de vehículos en ambos sentidos, e incluso saldrán coches por la rotonda contigua al teatro Real, rutilantemente enlosada (pelín cursi, eso sí) ahora. Por cierto, que al teatro le llaman los vecinos, cariñosamente, "el panteón".

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