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BIOLOGÍA - FRUTAS Y FRUTÍVOROS

Se aclara el misterio de las plantas venenosas

, Una fruta apetitosamente madura, que ha ido evolucionando a lo largo de los siglos para seducir, es una pura tentación. Pero como descubrieron Adán y Eva, así como otros intrépidos catadores de frutas, éstas pueden ser manifiestamente peligrosas. Aunque la misión de una fruta es ser comida por animales que pueden transportar sus semillas a otra parte, los biólogos dicen que la mayoría de las frutas silvestres tienen un sabor horrible o son mortalmente venenosas."Es una paradoja", afirma Martin L. Cipollini, un ecólogo de Berry College (Georgia, EE UU) que ha publicado junto con Doug Levet, de la Universidad de Florida, dos estudios que empiezan a ayudar a resolver un misterio: por qué son tóxicas algunas frutas.

En un estudio que podría empezar a explicar el horrible sabor de algunos frutos como el acebo común (Vomitoria) y la cereza silvestre (Prunus virginiana), los científicos investigaron dos especies de plantas de la familia de las solanáceas. Descubrieron que las toxinas de repugnante sabor de estas frutas desempeñan una función crucial: evitan que la fruta se estropee porque resultan tan repelentes para los hongos que pudren la fruta como para la lengua de un animal. Además, el trabajo explica por qué los productos agrícolas que han sido cultivados para eliminar cualquier resto de sustancias químicas ácidas o amargas se estropean con tanta rapidez en la frutería, al estar desprovistos de defensa contra los hongos. También sugiere que las frutas pueden ser interesantes para buscar productos farmacéuticos que prevengan los hongos.

Los científicos saben desde hace tiempo que las frutas no maduras, cuyas semillas no están plenamente desarrolladas todavía, pueden contener sustancias químicas de repugnante sabor que evitan que los animales las arranquen prematuramente. Pero muchos daban por supuesto que cuando una fruta maduraba la mayoría de sus toxinas, si no todas, desaparecían.

Cipollini y Levey estudiaron dos especies comunes de malas hierbas de la familia de las solanáceas: la ortiga y la dulcamara. Ambas son parientes de la belladona, pero la ortiga contiene niveles mucho más elevados de las toxinas conocidas como glicoalcaloldes que la dulcamara.

Ellos ofrecieron los frutos silvestres y frutas cultivadas con cantidades variables de elementos nutritivos y toxinas a dos especies de pájaros, el petirrojo y la perdiz, y dos especies de mamíferos, el ratón ciervo y la zarigüeya. Esos pájaros defecan intactas las semillas que comen, de modo que son buenos dispersores de semillas para la planta. Los mamíferos, por lo general, destruyen las semillas y las trituran para convertirlas en alimento.

Los científicos descubrieron que las toxinas disuadían a todas las especies del estudio. Los animales preferían frutas cultivadas y naturales con niveles bajos de glicoalcaloides, al margen de lo nutritivas que fueran. Al poner las toxinas en sus frutos, las dos especies de solanáceas (familia a la que pertenecen también la patata, el tomate y la berenjena) parecen haber alcanzado un compromiso evolucionista: sus frutos contienen suficientes toxinas para impedir la putrefacción por los hongos, pero no, bastantes como para que los animales las eviten del todo. En general, se sabe poco de las sustancias químicas que contienen los frutos salvajes, pero los investigadores pudieron llevar a cabo su estudio en estas especies porque pertenecen a la familia de las solanáceas, cuya química se conoce bien

Copyright The New York Times

Verdes y picantes

Los glicoalcaloides, que se: consideran compuestos fundamentalmente defensivos, actúan como toxinas al unir y trastornar las membranas celulares de los animales que los ingieren. "El primer sabor amargo que se aprecia es daño, un daño directo al tejido", afirma Cipollini, ya que las sustancias químicas descomponen las células en la lengua y, posteriormente, las paredes interiores del intestino. Los amantes de los tomates verdes fritos pueden agradecer a los alcaloides ese característico amargor picante.Los científicos afirman que hay pruebas de que existen sustancias químicas que repelen sólo a los animales que las plantas no quieren que coman sus frutos, una especie de envenenamiento dirigido. El sabor picante de algunos pimientos se debe a la sustancia capsicina, solicitada por algunos humanos pero muy nociva para la mayoría de los mamíferos. Sin embargo, los pájaros se tragan el más picante de los pimientos. De forma similar, las aves engullen con entusiasmo el fruto de la belladona, mortal para el hombre. Ambas plantas podrían estar marginando a los mamíferos por ser dispersores de semillas menos apropiados que las aves.

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