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EL RETO DE MAASTRICHT

Triunfa la experiencia

Kohl y Dehaene se hicieron con una cumbre que era de Jospin y Blair

Soledad Gallego-Díaz

La cumbre de Amsterdam debía tener, sobre el papel, dos grandes protagonistas, el británico Tony Blair y el francés Lionel Jospin, dos políticos socialdemócratas que asistían por primera vez a una cumbre europea. En la práctica se demostró que la experiencia es un grado y los principales actores, entre bastidores y enfrentados, fueron el canciller alemán Helmut Kohl, casi 16 años en el cargo, y el primer ministro belga, Jean-Luc Dehaene, toda una vida dedicada a la construcción europea. Dehaene, que se arrogó la representación de los países pequeños, se defendió con uñas y dientes en la negociación más importante de la cumbre: el reparto de los votos entre los diferentes países de la Unión.Hasta que se planteó la reforma institucional de la UE, pareció que la cumbre se centraría en el enfrentamiento entre alemanes y franceses a propósito del Pacto de Estabilidad y las políticas de fomento del empleo. El primer ministro francés coordinó con el presidente Jacques Chirac, en su primer ejercicio de cohabitación, el reparto de papeles. Sentado a la izquierda de Chirac, dejó que fuera éste quien llevara la voz cantante, aunque se reservó algunas intervenciones sobre política social.

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El acuerdo con Alemania llegó más fácilmente de lo previsto. Jospin, que no lleva ni dos semanas al frente del Gobierno, olvidó muy pronto su idea inicial de retrasar la confirmación del Pacto de Estabilidad ante la furiosa reacción de los otros miembros y las presiones de los mercados internacionales sobre el franco.

A partir de ese momento, la actitud de Kohl fue más comprensiva: siempre que las políticas de empleo no requirieran fondos adicionales, estaba dispuesto a aceptar un mayor contenido social en el Tratado. Jospin, que según palabras de un relevante diplomático que asistió a los debates "está todavía muy verde en este tipo de negociaciones", consiguió finalmente que su estreno comunitario fuera razonablemente exitoso.

Para Tony Blair, la situación fue distinta. Primero, no necesitó compartir la silla con nadie. Y segundo, tuvo mucho más tiempo para preparar su auténtico debú en una negociación europea. Finalizados los debates, prácticamente todo el mundo coincidía en que había dejado una buena impresión. Las notas que toman los escribas demuestran que se mostró activo durante las cuatro sesiones de trabajo, que intervino en numerosas ocasiones, que repartió sus apoyos entre Francia y Alemania y que defendió razonablemente la postura británica.

En definitiva, según uno de los asistentes a las reuniones, "Blair demostró que había trabajado bien y que Gran Bretaña, aunque no ha realizado un gran giro en su política europea, utiliza hoy día un lenguaje muy distinto al que emplearon Margaret Thatcher o John Major".Blair apoyó, por ejemplo, sin reservas la petición francesa de incorporar al Tratado un capítulo social, algo inconcebible con Thatcher o Major, aunque inmediatamente después se alineó con Alemania para exigir que no se aprobaran fondos adicionales.

Un lenguaje distinto y un gran encanto personal (incluso se las arregló para llegar el primero en la minicarrera de bicicletas que organizaron los holandeses), no ocultaron la particular posición de Blair en otros temas comunitarios. Sin borrar la sonrisa y con buenas palabras, se opuso radicalmente a la utilización de la UEO en los mecanismos de seguridad y defensa europea y se negó de forma rotunda a ceder un ápice de autoridad sobre el control de sus fronteras.

Dehaene, un democratacristiano que pudo haber sido presidente de la Comisión Europea en lugar de Jacques Santer si Major no le hubiera vetado en su día, se mostró incansable durante toda la cumbre. Fue él quien defendió con más empeño planteamientos europeístas en el campo de Schengen, quien abrumó a los negociadores españoles con sus reservas sobre el protocolo de asilo y quien peleó hasta el final con Alemania para conseguir que los países pequeños de la Unión no vieran reducido su peso a la hora de plantear el voto ponderado. En definitiva, el primer ministro belga se las arregló para convertirse en uno de los principales actores de la cumbre de Amsterdam, bajo la atenta mirada del gran protagonista de siempre: Helmut Kohl.

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