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De la España de ayer

Dos tipos destacan, a mi modo de ver, en la sociedad secular de nuestro Antiguo Régimen: el Hidalgo y el Amigo del País. El Hidalgo es el hombre de Pavía, de Lepanto, de Flandes; el varón avellanado y magro que, tizona al cinto, paseará más tarde su dignidad, su ensueño, acaso su hambre, camino de la pretensión cortesana que le permita vivir sin la humillante servidumbre del trabajo mecánico. ¿Recordáis al hidalgo toledano de Azorín, cuando a las seis o las siete de la mañana deja para ir a misa el mísero y duro lecho? "Coge la espada; y ya a punto de ceñirse el talabarte, le tiene un momento en sus manos mirándole con amor, contemplándole como se contempla a un ser amado. Esa espada es toda España; esa espada es toda el alma de la raza; esa espada nos enseña el valor, la dignidad, el desdén por lo pequeño, la audacia, el sufrimiento silencioso, altanero". Pero su espada, la espada del Hidalgo, ¿es "toda España", es "toda el alma de la raza"?Respondemos a Azorín con Azorín. Frente a ese hidalgo toledano, pariente pobre de los que en el lienzo egregio de Santo Tomé entierran al Conde de Orgaz, pongamos a don Jacinto Bejerano, el cura castellano de Un pueblecito -"hombre delicado, fino, inteligente, sensual; sensual como Montaigne"- y a don Pablo, el caballero segoviano de Doña Inés, y para venir a lo nuestro, sin salir apenas de ese don Jacinto y ese don Pablo, contemplemos, tal como los resucitó Georges Demerson, los varones que entre 1775 y 1847 consagran su ilusión y su esfuerzo intercadente a la abulense Real Sociedad Económica de Amigos del País. Porque, sin el brillo antiguo y el prestigio constante del Hidalgo, el Amigo del País es el segundo de los grandes tipos históricos de nuestra sociedad secular anterior a la Guerra de la Independencia.

Ahí están don Joaquín Miguel Agüero, don Francisco Solernou, don Juan Lorenzo Fernández y tantos otros, nobles algunos, clérigos no pocos, incipientes burgueses los demás; son los miembros de la Sociedad Económica de Ávila, los Amigos del País en la tierra de Santa Teresa. ¿Cómo son, qué pretenden, con qué sueñan? Leamos los Estatutos de la institución que les reúne. Quieren mejorar la agricultura, la industria, las viviendas, los caminos; aspiran a suprimir la mendiguez, la vagancia, la suciedad; se proponen fomentar la enseñanza de las letras y los oficios; sueñan, en suma, con que el bienestar, las luces y la cortesía sean realidad perdurable en su ciudad y en su patria. El Director habrá de poseer "las lenguas más usuales, para entender los escritos económicos de fuera y los extranjeros que presentaren inventos o memorias, o para entablar correspondencia". Él y sus consocios serán personas afables, sencillas, laboriosas, libres de orgullo. En las juntas se sentarán sin prelación de estamento: "El orden de los asientos se hará conforme vayan llegando los socios", y en las sesiones "nadie interrumpirá al que diserta". Más aún: "No se permitirán disputas, ni personalismos, ni jactancias". Santo Dios, ¿qué España es ésta?

El Amigo del País es una criatura del siglo XVIII. Hay tenues raíces suyas en los pocos hombres -los novatores- que en la España fantasmal de Carlos II aspiran a que los españoles, sin dejar de serlo, vivan como europeos de su tiempo. Pero sólo después de Feijoo cuajarán esos leves gérmenes en el tipo social del Amigo del País. Todos aquellos para quienes el pasado de España -de la España que murió en Rocroy y volvió a morir en Almansa debía ser, ante todo, "pasado".

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El Hidalgo fue vencido por la Europa moderna. "Todavía me pone en recelo pensar si la pólvora y el estaño me han de quitar la ocasión de hacerme famoso", dirá por todos ellos el más Ilustre, ejemplar y tundido de los hidalgos españoles. La pólvora y el estaño; esto es, la técnica moderna, la modernidad hecha ciencia y poderío. Tenía que ser así. Pero de puertas adentro, ¿qué es lo que le hizo fracasar? ¿Sólo la interna crispación de la España tradicional a que entre nosotros dio lugar la noticia de la Revolución Francesa y de la guillotina?

Sin duda. Pero antes que esa indudable crispación, el fracaso histórico de los Amigos del País tuvo su causa más honda en la debilidad interna del tipo y de los cuadros que le dieron vida social. A fines del siglo XVIII, los casi intactos restos de la España tradicional pudieron mas que ellos. ¡Qué bien nos lo hace ver, con su pequeñez y su desgana, con sus dilatados lapsos de muerte aparente, la historia de la Real Sociedad Económica abulense! El relativo esplendor de las más nutridas y prestigiosas -la Vascongada, la Matritense, la Aragonesa- oculta la realidad que éste de Avila tan claramente delata. Nadie más simpático que don Juan Lorenzo Fernández, el animoso agricultor que propone introducir un modelo de trillo capaz de aventajar "en un tercio de utilidad y en un duplo de económico coste" al del vallisoletano señor Herralde. Pero sólo el pensar que el pleito se debate a la hora de Watt, Fulton y Sadi Carnot pone una veta de tristeza en nuestra simpatía.

Después de su fracaso, ¿cómo el tipo histórico de ese español "moderno" se deshilacha y modifica, a través de violencias y extremosidades, en la España del siglo XIX? ¿Queda algo de él en la actual sociedad española? ¿Qué siente y qué piensa acerca del Amigo del País el español de hoy, si es que acerca de él siente y piensa? Preguntas y preguntas que acaso nos lleven hacia una mejor comprensión de la España actual.

Pedro Laín Entralgo es miembro de la Real Academia Española.

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