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LA OTAN CRECE HACIA EL ESTE / y 3

Hungría, en la pista de despegue

El país centroeuropeo vislumbra los dividendos de dos años de durísimo ajuste económico

ENVIADO ESPECIALZoltan K., ingeniero de 55 años, hace tres que perdió su trabajo. Cobra 40.000 forintos de pensión, unas 32.000 pesetas, y mantiene a su familia de tres hijos con la ayuda de otros 150.000 mensuales que obtiene de promedio invirtiendo en la Bolsa de Budapest, una de as más rentables del mundo el año pasado. Su caso no es excepcional: "Muchas personas con ahorros obtienen el equivalente anual de sus raquíticos retiros con 120% de intereses que proporcionan los bonos. Los húngaros han prendido en los últimos años muchas triquiñuelas para sobrevivir". Este recién descubierto gusto por el capitalismo popular se puso de manifiesto espectacularmente el mes pasado, cuando miles de personas hicieron cola nocturna ante los bancos de Budapest para poder suscribir al día siguiente acciones de MOL, la más importante compañía energética del país, que privatizaba una mínima parte de su capital.

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Anécdotas como estas dibujan una cierta imagen rosa le un país poscomunista que, sin mbargo, soporta desde hace dos años un drástico plan de estabilización recetado por sus gobernantes ex comunistas, cuya peor parte parece haber pasado. Algunos de los frutos de las medidas inmisericordes diseñadas por el ex ministro de Finanzas Lajos Bokros comienzan a verse: cede el desempleo por vez primera (está en el 10%) y se espera un modesto crecimiento del PIB en 1977 del 2,5%. El dinero extranjero sigue llegando, con casi dos mil millones de dólares en 1996. Analistas sociales como la economista Zita Peshing creen que estos indicios de consolidación, "atribuibles mucho más a los actores del proceso económico que al Gobierno", probablemente otorgarán el año próximo una "inmerecida victoria" electoral a Gyula Horn, primer ministro, cuyo partido socialista gobierna desde 1994 en coalición con un grupo liberal, los Demócratas Libres.

Como en Polonia o la República Checa, muchos húngaros perciben a los muy favorecidos, especialmente chirriantes en Budapest, como una nueva clase que ha ganado dinero tan rápida como oscuramente. Pero, al igual que en los vecinos países ex comunistas, la capital es un escaparate a la vez útil y ficticio para calibrar la realidad del país. En Hungría, según un recientísimo estudio del sociólogo Rudolph Andorka, al menos el 30% de la población está firmemente anclada en la pobreza, entendida como nivel de ingresos por debajo del cual simplemente se sobrevive. A pesar de algunos signos externos -coches grandes, gasto relativamente fácil-, un sueldo medio no sobrepasa las 35.000 pesetas y una pensión de retiro las 20.000. La inflación supera el 20%. "Los jubilados, que en Hungría son casi la tercera parte de la población, han sido los perdedores de la transición en toda la Europa poscomunista: sus pensiones se han ido deteriorando y la mayoría no tiene una alternativa de ingresos, como otros muchos ciudadanos que completan sus sueldos con ocupaciones temporales".

La profesora Peshing describe el proceso como "Ia formación de una sociedad capitalista, de ganadores y perdedores, que aquí, a diferencia de Europa occidental, integran un tercio de los primeros y dos tercios de los últimos". Las estimaciones de los estudiosos coinciden en que un millón de húngaros -el 10% de la población, vale decir 400.000 asalariados más las personas a su cargo- son los claros beneficiarios de la transición, mientras que otros dos millones probablemente viven mejor. La cuestión clave, aseguran, es si un segmento decisivo de otros tres millones se incorporará en los próximos años al grupo de los favorecidos o al de los derrotados. Dependerá mucho de la anunciada reforma de los sistemas de pensiones y sanitario, dos lacras húngaras con características de escándalo.

"Casi todo es mentira en los países socialistas", explica Agnes P., una profesional divorciada, al describir el rosario de trampas del que participan todos, a sabiendas, para hacerse la vida más fácil: "Los empresarios pagan el 42% de impuestos por la nómina de cada empleado, y, en consecuencia, la mayoría cobramos eI salario mínimo y obtenemos el resto de capítulos opacos al fisco; se supone que los médicos hospitalarios no cobran de los pacientes, pero resulta impensable que vivan de su sueldo, por lo que pagarles bajo cuerda es norma desde hace muchos años; las nuevas madres consiguen bajas ficticias para quedarse en casa con sus hijos durante año y medio cobrando las tres cuartas partes de su sueldo; muchos jubilados trabajan y cobran, legalmente, sueldo y pensión...".

Una de estas pensionistas es Eva N., periodista de 70 años que con su buen retiro (le 25.000 pesetas y pagando 19.000 por los gastos mensuales de su piso no tendría para comer. Como otros muchos en sus circunstancias, mantiene un trabajo que le permite casi triplicar sus ingresos. "Pero tengo alguna amiga que cobra el equivalente de 15.000 pesetas, y no sobreviviría sin los intereses de su millón de forintos ahorrados". La edad de jubilación en Hungría -cuya población disminuye a ritmo lento- está fijada en 55 años para las mujeres y 60 para los hombres. Una boyante economía sumergida, que el subsecretario de Estado de Finanzas, Csaba Laszlo, aventura en más del 35%, ayuda a enmascarar la realidad de un país donde se calcula que el 80% de la riqueza tiene su origen ya en el sector privado.

No hay muchos lugares donde el Gobierno autor de un plan de estabilización que ha desplomado los salarios reales más de un 15% en dos años y hecho de nuevo deseables los Trabant de plástico que notorizaron al proletariado de Alemanis oriental siga al frente de los sondeos de opinión. El de Gyula Horn, ministro de Exteriores de la última etapa comunista, sobrevive en relativa buena forma pese a las peleas internas de su partido, algún sonado escándalo económico y el auge de la delincuencia organizada que ha desembocado en el relevo de toda la jerarquía policial. "Entre otros motivos", dice el analista político Lazzlo Keri, "porque Horn sabe enfrentar a las cindo o seis facciones de los socialistas".

Cuando falta menos de un año para las terceras elecciones generales desde la caída del comunismo, y pese a haber perdido mucho fuelle desde que obtuvieran un tercio de los votos y el 54% del Parlamento en las de 1994, los socialistas están en mejores condiciones que sus fragmentados opositores. Al principal partido gubernamental le hacen sombra por la derecha dos formaciones anticomunistas que "intentan representar a los perdedores de la sociedad húngara". Una es la Alianza de los Jóvenes Demócratas, de Victor Orban, un antiguo liberal que ha coqueteado con casi todos los colores del espectro político; la otra, el partido de los Pequeños Propietarios, una derecha dura anclada en la Hungría rural. Su jefe, Jozsef Torgyan, asegura que "Ios húngaros no soportan el empobrecimiento traído por los antiguos comunistas y están por un cambio radical; nosotros lo haremos". El credo de los Pequeños Propietarios incluye declaraciones del tipo "rechazamos ser empleados de un mundo más desarrollado" o "pretendemos un Estado barato y eficiente". Torgyan dice de los ex comunistas gobernantes que "lucharon muchos años contra la propiedad privada y ahora han cambiado el carné del partido por una cartilla de ahorros".

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