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¿Golpistas demócratas?

Ya sabemos que España va bien. Pero otros países no tienen tal suerte. Por eso es bueno hacer volar la imaginación de vez en cuando para entender mejor lo que les sucede a Estados menos afortunados. Por ejemplo, a Turquía. En este país que ha sufrido tres golpes de Estado en poco más de dos décadas se está produciendo estos días un fenómeno muy curioso. Intelectuales de izquierda, periodistas y políticos de todo el espectro democrático coquetean con la posibilidad de un golpe militar que acabe de forma expeditiva con la amenaza que en su opinión supone el islamismo militante.Este movimiento, integrado hoy en el partido Refah del primer ministro Necmettin Erbakan, llegó al poder con poco más del 20% de los votos, conseguidos en las elecciones del 25 de diciembre de 1995. Llegó al poder gracias a una constelación política muy peculiar que se caracteriza por la fragmentación de izquierda y derecha, enemistades personales entre los líderes que hacen imposible la unidad de acción de partidos políticos ideológicamente idénticos y la absoluta necesidad de la ex primer ministra Tansu Çiller de mantenerse en el Gobierno, en alianza con quien fuera, para evitar a toda costa que una nueva mayoría ponga en marcha una investigación sobre los inmensos y turbios negocios que mantiene junto a su marido.

Gracias a este marco, el islamismo político se alió con Çiller en julio del pasado año y llegó al poder en Turquía, una república que, si bien muy lejana aun del estado de derecho, mantiene una democracia pluralista. Nada importó que Çiller hubiera calificado como "el diablo" y "enemigos de las libertades" a los islamistas. Tampoco importó mucho que miembros destacados del partido islamista reiteraran y reiteren que para ellos la democracia es solo un medio para conseguir una ley islámica en la que, siendo todos buenos creyentes, no harán falta consultas democráticas ni otras libertades. Al fin y al cabo para entonces todos los turcos estarían de acuerdo en todo.

Ahora, imagínense por un momento que en España no tuvieramos al mando a Aznar y al Opus Dei, sino a Ynestrillas y a Monseñor Léfèvbre. E imagínense que todos los parados, todos los que se sienten mal pagados y todos los que se consideran maltratados por el poder terrenal y las circunstancias en nuestro país, mostraran cada vez mayor tendencia a votar a dichos señores. Y que no dejaran de proclamar su profundo odio y resentimiento hacia la Constitución democrática e insistieran en anunciar su firme voluntad de vengarse cuando pudieran y de acabar con la democracia en cuanto tuvieran ocasión.

Imaginen que esas masas de votantes detectan un puente imaginario entre actitud electoral antidemocrática y la salvación post-mortem, entre acabar con la manía de votar y elegir entre opciones libres y diversas y el consuelo y la felicidad eterna en un entorno obligatoriamente piadoso. Y que desde su nueva certeza religiosa se declaran dispuestos a acabar con quien disiente de la fe auténtica.

Si en tal situación existiera una fuerza superior, no divina sino muy terrenal y fuertemente armada, que intimidara a todos estos votantes enemigos de la convivencia democrática y razonable, ¿le negarían ustedes amables demócratas a dicha fuerza, es decir, a ese ejército, el derecho a intervenir para acabar con la amenaza que los fanáticos quieren verter sobre su vida, su familia y sus derechos? La tentación a pedir ayuda al uniformado es grande. Y sin embargo muy peligrosa. Porque el ejército se podría creer realmente que quieren que intervenga. Y porque una vez interviene sus víctimas naturales serían todos aquellos que hoy le hacen guiños para que reprima a los enemigos de la democracia. Si la amenaza para la democracia turca es tan fuerte, las fuerzas democráticas y sus votantes, que son el 80% del electorado, tendrían que ser capaces de unirse y vencer a sus adversarios en el terreno de la política. Si no son capaces, quizás los mayores enemigos del sistema sean ellos y la democracia, tal como existe, no merezca ser defendida.

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