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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Constitución y Papa

POLONIA ACABA de aprobar en un referéndum una nueva Constitución que pone fin a la vigencia, al menos jurídica, de la impuesta por el régimen comunista en pleno estalinismo y con el país prácticamente ocupado por el Ejército Rojo. La nueva Constitución es democrática, laica y liberal. Reduce los poderes del presidente de la República en vez de aumentarlos, como tantas veces intentó el anterior presidente, Lech Walesa. El actual, el socialdemócrata Alexander Kwasniewski, ha demostrado que, pese a su pasado comunista, carece de las veleidades autoritarias de su antecesor y es un demócrata que ha auspiciado esta Constitución, homologable con las de las democracias occidentales.También abre el camino a la integración de Polonia en las organizaciones internacionales a las que una mayoría de la población ha declarado querer pertenecer: la Unión Europea y la Alianza Atlántica. Y sin embargo, la participación en el referéndum ha sido tan, baja que la nueva Carta Magna no nace con buena estrella. Sólo han dado su apoyo a esta ley el 571/0 de los votantes, y éstos han sido tan sólo el 43% del censo. Y los sectores más radicales de la derecha y del clericalismo político, hoy encuadrados en parte bajo las siglas del que fuera gran movimiento democrático, el sindicato Solidaridad, han anunciado que harán todo por combatirla y modificarla cuando tengan mayoría.

Es lamentable que el amplio consenso que hubo en Polonia para la transición a la democracia no se refleje ahora en el apoyo a la Constitución. Y es que ciertos sectores de la sociedad polaca se resisten aún a convertir su- país en uno más de la ya comunidad de Estados abiertos y democráticos. Insisten en confenir al Estado un carácter especial, que quieren derivar del hecho de que Polonia es, por razones históricas, un país con gran tradición católica. Nunca en la milenaria historia de Polonia ha estado, menos en peligro la libertad de los polacos para practicar su fe religiosa. Pero también es cierto que los polacos no son ya una sociedad monolítica, si acaso lo fueron alguna vez, y la Constitución debe regir a un Estado que debe ser laico para ser de todos.

Al papa Juan Páblo II, que comienza ahora su quinto y, como él ya ha anunciado, previsiblemente último viaje a su patria como pontífice, tampoco le puede gustar una Constitución que se parece tanto a las de unas democracias occidentales que más que laicas considera ateas y materialistas. Antes del referéndum, su viaje hubiera, tenido sin duda, una lectura -y posiblemente unos efectos- que se han evitado. El Papa vuelve a despedirse del país donde nació y donde comenzó, bajo su inmensa influencia, el terremoto que acabó finalmente con las dictaduras comunistas en toda Europa oriental. Juan Pablo II ha sido, sin duda, una de las figuras más relevantes de este siglo. Ayudó a cambiar el mundo para mejor. Sería bien lamentable que en su despedida estableciera entre sus compatriotas una frontera entre creyentes y quienes no lo son.

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