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'Pour quoi faire'

Soledad Gallego-Díaz

"El euro sí, pero, ¿para qué? De la respuesta a esta pregunta depende el futuro de Europa y el de Francia". Así comienza el capítulo dedicado a la Unión Europea del programa con el que el Partido Socialista francés ha conseguido ganar las elecciones. Una pregunta muy simple, pero que puede desencadenar una buena tormenta en los medios financieros y liberales europeos, convencidos hasta ahora de que habían impuesto, a través del Bundesbank y de los bancos nacionales más ortodoxos, su propia interpretación y su propio camino. En el fondo, los socialistas franceses no han hecho mas que recoger una pregunta que se formulan millones de votantes y no sólo en Francia, aunque sean nuestros vecinos quienes antes han hecho oír su voz y su irritación (recuérdese que el Tratado de Maastricht sólo obtuvo en Francia el apoyo de un escuálido 50,82% de los votantes). Lionel Jospin incluso ha recogido la respuesta que esos mismos millones de votantes quieren conseguir: para construir una Europa capaz de crear empleo sin bajar los salarios y de sostener los programas sociales.Ya sabemos para qué. Pero, ¿cómo? Jospin no ha entrado en detalle. Su programa incluye cuatro ideas básicas: 1) interpretación flexible de los criterios de convergencia, no sólo para acceder al euro, sino, sobre todo, durante los años posteriores, para que el control del déficit no implique grandes recortes sociales; 2) pacto de crecimiento, y no de austeridad, a fin de crear nuevos Puestos de trabajo; 3) creación de un gobierno económico, de forma que "al lado" (sic) del Banco Central Europeo, encargado del control de la inflación y del precio del dinero, exista una autoridad política que vigile que esa política monetaria no sea tan rígida que destruya el tejido social; 4) el valor del euro frente al dólar o el yen no debe ser demasiado fuerte, para reforzar la capacidad exportadora europea.

Esto es lo que los socialistas franceses han prometido defender, e imponer, en la UE. Su problema es que, hasta ahora, el Gobierno alemán y la comunidad financiera intemacional están completamente en desacuerdo con los puntos 1, 2, 3 y 4. Tampoco ayuda el que quede tan poco tiempo para la toma de decisiones. La cumbre de Amsterdam, prevista para el 16 de junio, puede, sencillamente, orillar estos problemas y dedicarse sólo a la reforma institucional. Pero la decisión sobre los países "euro", el valor de la moneda única y la existencia o no de ese "gobierno económico" debe adoptarse en la primavera de 1998. Jospin podrá, quizás, agitar a los otros 11 gobiernos total o parcialmente socialdemócratas de la Unión que, todo sea dicho, han mantenido hasta ahora un espeso silencio, pero también es verdad que tendrá que compartir la representación de Francia con el presidente Jacques Chirac, cuyos poderes en materia de política exterior no han desaparecido como consecuencia de las elecciones.

A su favor debe contar también que el Tratado de Maastricht no contiene, en su literalidad, nada que se oponga a los cuatro puntos mencionados. En realidad, han sido los Gobiernos conservadores alemán, francés y británico los que han impuesto hasta ahora una determinada interpretación, que se plasmó, fundamentalmente, en el olvido del Plan Delors para reactivar la economía europea y en el Plan de Estabilidad aprobado el pasado mes de diciembre en Dublín. Un plan que, recuérdese, promete multas terroríficas a aquellos países que se atrevan a hacer frente a una eventual crisis aumentando su gasto públicó (y, en consecuencia, su déficit).

En cualquier caso, los franceses han logrado ya algo importante. Han pegado un puñetazo en el mismísimo y silencioso despacho del presidente del Bundesbank y han provocado una gran confusión. Pero ya se sabe que un golpe en la mesa puede tener consecuencias... o no. Dependerá de si Jospin cree en su programa tanto como sus votantes.

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