Ir a cobrar
Al público se le llevaban los demonios de pensar que los toreros habían ido sólo a cobrar. Veía a Emilio Muñoz inhibirse, a Finito de Córdoba fingir que toreaba, a Pedrito de Portugal ponerse pesadísimo, y los tomaba por la banda de Caco.Cuando un torero no cumple con su obligación de torear, el público sospecha que le está robando la cartera. Hay hasta quienes se palpan el bolsillo, por si acaso.
Esta sensación la sintió el público tres veces por dos en la corrida de autos y se puso hecho un basilisco. Tres veces por dos, que dan seis -los seis toros; las seis lidias; las seis faenas frustradas de los tres toreros- son demasiado para gentes normalmente constituidas. Un hombre que se siente robado seis veces consecutivas está legitimado para jurar en arameo.
Sepúlveda / Muñoz, Finito, Pedrito
Cuatro toros de Sepúlveda de Yeltes (dos fueron rechazados en el reconocimiento), bien presentados, varios sospechosos de pitones, flojos, poca casta. Dos de Ortigao Costa, 5º con trapío y noble, 6º escurrido, inválido y borrego. Emilio Muñoz: pinchazo y bajonazo infamante por el brazuelo (bronca); cuatro pinchazos bajos, bajonazo descarado y rueda de peones (bronca mayúscula). Finito de Córdoba: dos pinchazos y estocada atravesada (silencio); dos pinchazos bajos, bajonazo infamante -aviso- y descabello (algunos pitos). Pedrito de Portugal: aviso antes de matar, pinchazo bajo, otro hondo trasero ladeado y descabello (silencio); pinchazo delantero, otro atravesadísimo, media tendida -ambos a paso banderillas- y dos descabellos (algunos pitos). Plaza de Las Ventas, 30 de mayo. 24ª corrida de abono. Lleno.
A muchos les dio por tirar almohadillas al ruedo. Y no está bien. Mas debe comprenderse que de alguna manera habían de librar las frustraciones. Mejor tirar almohadillas que irse a quemar conventos como hacían los aficionados antiguos.
Lo malo es que entre quienes arrojaban almohadillas, algunos lo hacían con mala idea. Es decir, que tiraban a dar. Y a quien apuntaban preferentemente era a Emilio Muñoz.
La tomaron con Emilio Muñoz porque no le dio al cuarto toro ni un lance ni un pase dignos de tal nombre. Ajeno a la lidia y a la brega, tomó los trastos toricidas, macheteó rápido, entró a matar.
Los trastos toricidas adquirían en manos de Emilio Muñoz su significación literal: los utilizaba para perpetrar toricidios. Formas más horrendas de acuchillar toros no se han visto nunca. A su primer toro, después de amagarle desde la lejanía unos derechazos y naturales malos, lo reventó mediante un cruel metísaca en las proximidades del brazuelo. A su segundo, de infamante bajonazo.
Broncazo mayúsculo oyó Emilio Muñoz (salvo que se tapara las orejas) por la comisión de los mencionados desaguisados y quizá no se debería quejar. Tiempos atrás el público se las gastaba peor. Tiempos atrás un diestro pegaba semejantes sartenazos y no se iba de rositas. Un viejo aficionado solía recordar que el uso generalizado del bajonazo llegó en cuanto prohibieron vender en el tendido botellones de gaseosa.
No hay mal que por bien no venga: el absentismo laboral de Emilio Muñoz y sus tabernarias acciones les sirvieron de pararrayos a sus compañeros de tema. Porque a estos compañeros les bastó fingir que intentaban torear y casi se salvan de la quema.
No intentaban nada, en realidad: Finito de Córdoba y Pedrito de Portugal porfiaban sin adelantar la muleta, lo que constituía una contradicción en sus términos pues si no presentaban la muleta, cómo iba a embestir el toro; en caso de embestida extendían el brazo cuanto diera de sí y la envíaban lejos con la guía hortera del pico;se ponían pesadísimos. Y a la de matar, tampoco les invadía el espíritu de Lagartijo sino que apuntaban a los indefensos blandos. Finito acertó allí de lleno. Pedrito, incapaz de cuadrar al último toro, lo mechó a paso banderillas.
Finito y Pedrito: juventud divino tesoro. Y el veterano Emilio Muñoz. Qué tres. No es lo peor que renunciaran a torear según los cánones sino su falta de técnica y de profesionalidad, su nulidad manifiesta para intervenir en la lidia con un mediano decoro. Poco entraron pero cuando lo hacían, el toro les tropezaba los capotes, incluso se los arrebataba, y se iba donde le diera la gana.
Y no es que los toros salieran hechos unas fieras corrupias. Por el contrario, los toros eran unos borregos lastimosos, que si llegan a caer en manos de cualquier aprendiz los corre a gorrazos.
La correría fue al revés: la terna escapó a almohadillazo limpio. Alguien dijo que tenían prisa por cobrar. Y, al oírlo, la gente se revolvió enfurecida, gritaba improperios, amenazaba con el puño, se arrancaba las barbas, se rasgaba las vestiduras... Señor, senor: qué disgusto.
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