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Santa Teresa, Rusia y la Alianza Atlántica

Andrés Ortega

Rusia y la OTAN sellarán mañana en París el ingreso teresiano de ese gran y complejo país en una Alianza Atlántica que está mudando de piel y de cuerpo mas no de nombre. Pues, a casi todos los efectos -aunque se presente de otro modo, sobre todo en Moscú-, Rusia va a tener a partir de mañana un pie en la OTAN. Sin llegar a ingresar. Como santa Teresa, vivirá sin vivir en la Alianza. Desde luego, como reza el acta, ambos ya no van a considerarse adversarios. El paso que se da es hacia una seguridad cooperativa como ya ocurre a diario en Bosnia, donde Rusia colabora con la OTAN, sólo que de manera formalizada. Lo que supone, de la mano de Javier Solana, el triunfo póstumo de Olof Palme. Un consejo conjunto, una misión rusa cerca de la OTAN y consultas en casi todo permiten estar sin ser.Este acta no está sólo -aunque también- destinada a facilitar a Rusia la digestión de una eventual ampliación de la OTAN que la deja fuera, sino a construir una profunda relación de seguridad de la OTAN con ese país que sigue aún constituyendo, por sus problemas internos, no una amenaza, pero sí el mayor problema de seguridad de Europa: un problema derivado ya no de la fortaleza rusa, sino de su debilidad. Pues Rusia sigue siendo una incertidumbre. Y es esta incertidumbre la que impide contemplar siquiera el ingreso de Rusia en la OTAN. De momento y por muchos años, aunque se espere para Rusia una alta vida. Pues la Rusia de Yeltsin es una cosa, pero el actual presidente puede desaparecer en cualquier momento y se desconoce lo que vendría después. ¿El misterio Lébed? ¿Un candidato de unos militares que están mal o no pagados y que por eso venden armas o plutonio al mejor postor?

Una vez más en su historia, Rusia tiene que volver a inventarse un porvenir, un futuro, que requiere un nuevo enfoque de su ubicación en el mundo. Parece su sino. Ya en 1890 escribía el francés Anatole Leroy-Beaulieu que "la historia de Rusia se diferencia de la historia de las otras naciones europeas más por lo que le falta que por lo que tiene de propio, y a cada laguna de su pasado corresponde en el presente un vacío que el tiempo no ha podido llenar ( ... ). En este Estado, hasta diez veces secular, nada ha sido consagrado por el tiempo. El país es viejo y todo en él es nuevo".

Rusia necesita inventarse un futuro que no le resulte desgarrador entre Occidente y Oriente, entre Europa y el mundo eslavo. En el terreno exterior sabe que, por su tamaño, nunca ingresará en la UE. Lo que no quiere decir que no pueda forjar relaciones íntimas con la UE, como con otras instituciones, y formar parte cabal del nuevo sistema europeo. No se puede minimizar a este respecto la importancia de lo que se firma hoy. Que sea fruto de la debilidad de Rusia, que no ha podido lograr otra cosa -The Economist habla de una "segunda rendición"-, no debe impedir su buena acogida.

Para forjarse ese futuro Rusia depende, en primer lugar, de sí misma y de que renuncie a ser imperio. Tal renuncia puede ser factor esencial para su democratización y su modernización. Otros han pasado por ese trance y se han recuperado tras la cura. Hay signos alentadores en este sentido como la paz de Chechenia o el plan aprobado por el Consejo de Seguridad ruso en el que se apunta como prioridad de la seguridad nacional no ya la defensa de sus fronteras -aunque se prevea reforzar las relaciones con los vecinos orientales-, sino "reforzar la estabilidad socia". Bien está. Pues el desorden social, la albanización de Rusia es su mayor peligro. Es casi un milagro que hasta el momento el gigantesco cambio de este enorme país haya resultado, en términos generales, bastante tranquilo. Quizá se deba a ese atributo divino que Joseph Conrad creyó percibir en el alma rusa: la resignación. Aunque ahora les corresponde a los líderes rusos transformar la resignación ante la OTAN en algo creativo.

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