La deriva autoritaria oculta los datos
Es tan grave la deriva autoritaria del Gobierno, que consigue lo imposible: que se orillen las buenas noticias, desaparezcan de la opinión pública los elementos optimistas de la coyuntura o se marginen otras cosas que afectan a los ciudadanos y que marchan mejor que hace unos meses. Por ejemplo, el empleo.Si empequeñece el déficit público, existe un crecimiento sostenido del PIB o hay mucha gente multiplicando sus inversiones en las bolsas de valores son datos positivos, pero instrumentales. No así las cifras de la Encuesta de Población Activa (EPA), que miden los porcentajes de paro del país. Para que el círculo virtuoso de una economía se cierre debe aumentar el bienestar de las personas, disminuyendo el paro o subiendo su nivel de consumo. Las últimas referencias indican que, aunque en grados homeopáticos, estas circunstancias están concurriendo por fin en España.
La EPA publicada el pasado lunes ha pasado casi desapercibida. En ella había aspectos significativos de un cambio de tendencia: el paro bajó en casi 50.000 personas (alrededor de 550 personas al día); la población ocupada (12,5 millones) ha vuelto a los niveles de 1991, antes de que la recesión provocara una intensa destrucción de puestos de trabajo; en el último año -entre marzo de 1996 y marzo de 1997- el porcentaje de parados ha bajado 1,4 puntos; la mejora se percibe de forma más significativa en los hogares en los que el cabeza de familia está desempleado (un 11,1%, uno de los porcentajes más bajos en los últimos tiempos). Ello es más representativo por cuanto se trata del primer trimestre del año, periodo en el que tradicionalmente sube el desempleo al finalizar los contratos de la campaña de Navidad.
A pesar de todo, el paro en España sigue afectando a 3,4 millones de ciudadanos, un 21,4% de la población activa. Por ello, el desempleo sigue siendo el primer problema de nuestro país. Coincidiendo con la EPA, el presidente del Instituto Monetario Europeo, Alexandre Lamfalussy, hacía unas declaraciones al Financial Times, en las que combinaba la burocráticas palabras de rigor ("El desarrollo del paro es realmente malo, independientemente del proceso de Maastricht; es un signo de desgaste y es inaceptable ética y socialmente") con un pronóstico desolador: "Se puede vivir en la unión monetaria con un elevado paro, aunque éste no sea deseable. El verdadero problema sería que hubiera divergencia política, implicando posibles intentos de hacer frente al paro mediante una política expansionista que supusiera el relajamiento monetario o presupuestario. Si esto sucediera, sería perjudicial ahora y en la UEM".
La próxima semana aparece en España el best-seller francés (más de medio año en la lista de ensayos más vendidos) El horror económico (Fondo de Cultura Económica), que comenta y critica declaraciones como las de Lamfalussy. Su autora, Vivianne Forrester, no ha escrito un libro de economía (si lo hubiese pretendido, sería un mal texto), sino lanzar un grito contra el nivel de paro y de exclusión social insoportable.
El principal mérito de Forrester ha sido encontrar un concepto -el horror económico- para definir lo que está ocurriendo en Europa. Y sobre todo, una idea: hay algo peor que la explotación del hombre por el hombre, que es la ausencia de explotación, que un número cada vez mayor de gente sea considerada superflua y_ sólo un porcentaje ínfimo de seres humanos acabe teniendo una función productiva. No hay una crisis del trabajo sino una mutación de la civilización.
¿Con qué ilusiones se puede construir una Europa que no contempla el empleo más que a niveles retóricos y cuyo verdadero problema, como dice Lamfalussy, es otro?
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