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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Adulterio de uniforme

LA TENIENTE del Ejército estadounidense Kelly Flinn, la primera mujer piloto de un bombardero B-52, ha sido acusada de adulterio, desobediencia y engaño. Su delito ha consistido en haber mantenido relaciones sexuales con un civil casado que trabajaba como entrenador de fútbol en la base de Minot (Dakota del Norte). La ley prevé allí, para el adulterio dentro del Ejército, hasta nueve años y medio de cárcel, incluso si, como en este caso, ella es soltera o él le hiciera creer que estaba legalmente separado y en trance de conseguir el divorcio. Ante esta amenaza, la teniente se ha visto obligada a abandonar la Fuerza Aérea sin conseguir una- "baja honorable", como ella deseaba.Las leyes americanas, militares o no, son tan terminantes en la defensa de los derechos como severas en la fijación de los castigos. En el país que tantas veces se evoca como el paradigma de las libertades, la tolerancia no es un correlato legal. Y menos en cuestiones como el sexo, en las que reaparecen como un ancestro los fundamentos puritanos de la nación. Exactamente en la mitad de los Estados federados, el adulterio es perseguido por la ley con penas que van desde sanciones económicas hasta meses de reclusión.

Lo que aquí, en épocas de Franco, se veía como un reflejo de la connivencia entre la Iglesia y el poder, en Estados Unidos es prueba de un Estado de cimentación teocrática. En casi ninguna otra nación del mundo es tan fuerte el componente religioso mezclado en la constitución social ni las cuestiones referidas al sexo son tan controladas en la ordenación legal. Desde los deslices románticos de un presidente hasta el trato con una prostituta de un actor se convierten en episodios que comprometen el prestigio y, en ocasiones, el porvenir profesional. Si Kelly Flinn hubiera pasado por un consejo de guerra la medida no recibiría posiblemente la aprobación de la inmensa mayoría de la sociedad, quizás por eso y para evitar un fuerte deterioro de su imagen la Fuerza Aérea estadounidense ha pactado un retiro general para la teniente "bajo condiciones honorables".

Kelly Flinn, heroína militar hace dos años, es un ejemplo de una duplicidad moral. Actualmente, el Ejército profesional norteamericano necesita de las mujeres para cubrir sus cuotas mínimas; éstas, que representan un 15% de las dotaciones humanas, ascienden hasta el 25% con los reclutamientos nuevos.

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En Bosnia, donde convivió un destacamento de 7.000 hombres y 800 mujeres, una vez cada tres días se trasladaba a una embarazada hasta Alemania. No fue la tasa más alta registrada hasta entonces: durante la guerra del Golfo, el buque Acadia perdió a una décima parte de su tripulación femenina (36 de 360) por las mismas causas. ¿Cómo no creer que hubo adulterios, y no pocos, cuando hoy dos de cada tres soldados están casados? Que el caso de la teniente Flinn haya trascendido internacionalmente no es sólo efecto de su anécdota moral. Con la teniente Flinn, el sensacionalismo ha encontrado un perfecto objeto de explotación en la primera mujer autorizada a llevar un avión con armas atómicas.

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