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Muere Giuseppe de Santis, el último de los cuatro grandes del neorrealismo

El director de 'Arroz amargo' dejó el cine hace veinte años

Hacía tiempo que, fuera e incluso dentro de Italia, nadie hablaba ya de Giuseppe Beppe de Santis, fallecido ayer en Roma a los 80 años. No es difícil entender el porqué: desde ese 1972 en que firmó su último filme, sencillamente un fracaso artístico sin paliativos, De Santis se había convertido, incluso para los medios especializados, casi en un fósil, el exponente de un momento histórico y de un movimiento cinematográfico que a pocos gustaba recordar que había existido.

Hay una gran injusticia en esa actitud de olvido voluntario. Cuando expiró ayer, De Santis era a sus 80 años el último de los que, con toda justicia, fueron definidos como los cuatro grandes neorrealistas, los padres fundacionales del movimiento. Muertos Vittorio de Sica, Luchino Visconti y Roberto Rossellini, sólo quedó en pie la memoria infatigable de este luchador tenaz, el mismo que desde las páginas de la revista Cinema, que dirigía nada menos que el hijo de Mussolini, Vittorio, lanzara en octubre de 1941 su célebre llamada a los directores italianos instándoles a que abandonaran el acartonado cine fascista de exaltación patriótica para recuperar la tradición cultural del realismo italiano, y que de alguna forma es el manifiesto fundacional del neorealismo.El ejercicio de la crítica, Cinema y el neorrealismo son inseparables del nombre de De Santis. Alrededor de ellos se juntaron algunos de los mayores talentos que diera la cultura italiana de este siglo: Visconti, Michelangelo Antonioni, Gianni Fluccini, Guido Aristarco, Umberto Barbaro, la izquierda comunista de un movimiento plural que tuvo su momento de gloria entre el final de la guerra y los primeros cincuenta, y al cual De Santis, coherente con lo que exigió a sus futuros colegas, dio algunas piezas de incatalogable perfección hablando de las miserias de la gente común sacudida aún por el recuerdo de la guerra.

Pero De Santis fue también el erotismo del neorrealismo: los gloriosos muslos de Silvana Mangano en los arrozales del Po en su obra maestra Arroz amargo, la improbable belleza campesina del rostro de Lucia Bosé, cálidamente acariciado por su cámara en Non c'é peace tra gli ulivi, el irresistible gancho sexual de Silvana Panpanini, divisa y tragedia de su personaje en Un marito per Anna Zaccheo. Pero no por eso olvidó contar historias rodadas a flor de piel, con protagonismo de las clases subalternas. Trabajadoras temporales en Arroz amor (1949); campesinos pobres en Caccia tragica (1947), en Non c'é peace... (1949) o en Uomini e lupi (1956); obreras en paro en Roma, ore II (1952); una empleada de hogar en Anna Zaccheo (1953). Personajes anónimos a los cuales el director mimó siempre con las formas cuidadosas del director de estrellas, con las técnicas de montaje y puesta en escena aprendidas del gran cine soviético de los años veinte. Que su escasa producción tenga escasa entidad no es excusa para no reconocer en él a uno de los puntales del mejor cine italiano.

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