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Holocausto

Una rígida tela de araña burocrática atenaza a los funcionarios y les impide que funcionen, ahoga su creatividad y aborta sus iniciativas, pues no hay idea que resista su confrontación con la rígida cuadrícula de los reglamentos. Todo está regulado, codificado, previsto, y, si se produce algo fuera de las previsiones, hay que ignorarlo, negar su existencia contra viento y marea aferrándose a la red.Sin embargo, de vez en cuando aparece en el centro de la pegajosa trama un hombre que no se doblega, un valiente y leal funcionario capaz de enfrentarse con el Ente y sacudir su espantosa inmutabilidad con una idea original cuando el complejo burocrático se empantana en un problema insoluble por los procedimientos ortodoxos. Este hombre podría ser Simón Viñals, concejal de Salud del Ayuntamiento de Madrid, que ha ideado un arriesgado y novedoso plan para acabar de una vez con los problemas que causan en la ciudad y en la ciudadanía las bandadas ilegales de palomas que en calles y plazas de la urbe practican la mendicidad más escandalosa mientras ensucian y erosionan con sus deletéreos excrementos pavimentos y monumentos, fachadas memorables y cabezas de turco.

Las palomas no saben de formularios, ni de denuncias. Ya no basta con aconsejar a los viandantes que se abstengan de darles de comer para no fomentar su ociosa actitud mendicante. Las palomas urbanas descienden, al parecer, de palomas mensajeras que se fueron al paro con el progreso de las telecomunicaciones. Esta población marginal, que cuenta con un elevado índice de natalidad, ha sabido adaptarse magníficamente al hábitat urbano, ha mimetizado su plumaje al gris hollín de las calefacciones y los tubos de escape y ya no se mueve en bandadas, sino en auténticas bandas depredadoras de gran movilidad y voracidad. Estas palomas lumpen se han ido encanallando y alejando de sus arquetipos morales, del Espíritu Santo y de la paloma de la paz, que, entre otras cosas, han servido para preservarlas hasta ahora del exterminio. De la colombofilia se ha pasado a la colombofobia.

El concejal Viñals ha alzado su voz en el consistorio patrocinando la creación de campos de concentración para palomas, por aquello de, si no puedes acabar con el problema, mándalo a las afueras (véanse como precedentes otras propuestas originales que nunca se llevaron a la práctica, tales como el manifestódromo o el putódromo). O eso o el exterminio puro y duro, al menos, de un tercio de la población. Antes de proponer la utilización de redes para capturarlas y la creación de reservas en parques públicos periféricos, Viñals había pensado en la contratación de halcones mercenarios que diezmarían a la población colombina ofreciendo además un magnífico y aleccionador espectáculo en el firmamento de la urbe, toda una metáfora sobre las relaciones humanas y la vida civilizada en comunidad.

Hasta ahora, el único halcón mercenario que funciona en Madrid está al servicio de una importante entidad crediticia ubicada en una torre de Azca. El halcón se ofreció voluntario para el trabajo y se instaló por su cuenta en la terraza del edificio pidiendo una oportunidad. Al cabo de un tiempo, los miembros de la cúpula bancaria se ablandaron y le metieron en nómina. El aleccionador espectáculo cotidiano de un halcón despedazando y devorando a sus víctimas en el alféizar debió tocar la fibra sensible de los banqueros, que se han convertido en sus padres adoptivos.

La contratación de halcones como trabajadores eventuales de la Concejalía de Salud fue desestimada, quizá porque a los halcones, una vez que se ponen a trabajar, no hay manera de hacerles parar y, después de merendarse a las palomas, podrían seguir con los gorriones. Para las ratas, sin embargo, no hay holocausto previsto; ningún flautista de Hamelin ha propuesto por el momento ahogarlas en el Manzanares. La prioridad la tienen las palomas, como subrayaba el concejal de Medio Ambiente, Adriano García Loygorri, que en unas declaraciones recientes afirmaba que incluso las ratas son más beneficiosas que las palomas, desde el punto de vista sanitario y medioambiental. A falta de flautistas, soplagaitas.

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