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Convergencia y divergencia

Emilio Lamo de Espinosa

Aznar no fue elegido tanto por su capacidad para llevarnos a la moneda única como por su promesa de pasar página, acabar con la crispación, serenar el enrarecido ambiente y trazar una clara línea de demarcación entre la política y los tribunales. De modo que si hubiera que singularizar un mandato electoral ése sería recobrar el clima de serenidad y consenso, libertad y tolerancia, que caracterizó a la transición y que es, probablemente, la experiencia mejor valorada por los españoles.Pues bien, si ése era su principal mandato, debemos señalar ahora, al cumplirse un año de Gobierno, que no lo ha cumplido. Qué duda cabe que ha gestionado con éxito sorprendente y notable habilidad la máquina socioeconómica. Sin duda, siguiendo la estela que dejó Pedro Solbes y aprovechando la buena coyuntura internacional. Faltaría más. Pero no es poco, es mucho, a lo que ha añadido una sorprendente capacidad de diálogo con los agentes sociales, de modo que si la economía española se encuentra hoy en una senda excelente ello es mérito, indiscutible, del Gobierno de Aznar.

Pero, de modo sorprendente y, sobre todo, inútil, ese mismo Gobierno se ha embarcado en aventuras políticas que incumplen el mandato electoral, le alejan claramente del centro político y son dañinas para la democracia, la alternancia política e incluso el respeto de las libertades. Las posibles responsabilidades políticas del PSOE quedaron cerradas con las elecciones. Y las eventuales responsabilidades penales de alguno de sus miembros -nunca del PSOE- deberán ser aclaradas por los tribunales. Y, sin embargo, no hemos pasado página. Y, aunque poco puede criticarse su proceder con los papeles del Cesid -no debía desclasificar lo que otro Gobierno había clasificado, pero no podía dejar de acatar la sentencia del Supremo-, incumple por activa y por pasiva el mandato de serenidad intentando criminalizar a la oposición, aceptando con complacencia el linchamiento moral al que sus miembros se ven sometidos por medios de comunicación a los que apoya con descaro, lanzándose con obvio abuso de poder a la destrucción simple y llana de una empresa de comunicación que no le es afin, manteniendo silencio ante las tropelías que empresarios privados sufren a manos de jueces indiscutiblemente arbitrarlos, utilizando de manera escandalosamente parcial la televión pública o el BOE, o disfrutando de la politización del Poder Judicial o de la Fiscalía, que si antes jugaba a su contra ahora juega a su favor. Malo, muy malo es que González, que calla en el Parlamento, vocifere en el extranjero. Pero que el vicepresidente responda acusando de 22 asesinatos al líder de la oposición y anterior presidente, sin pruebas indiscutibles que avalen palabras tan duras que no caben más, es de una irresponsabilidad seriamente preocupante que alimenta un discurso resentido y lleno de odio del que parecen disfrutar con maliciosidad infantil.

Puede que al PP no le falte algo de razón cuando asegura que el PSOE carece de autoridad moral para criticar tales prácticas, aunque no olvidemos que el PSOE representa hoy a nueve millones de españoles. Pero, incluso aceptando un argumento tan débil, lo cierto es que no fueron elegidos para hacer lo mismo sólo que en su beneficio, sino para hacer justamente lo contrario: objetivar la Administración, gestionar con imparcialidad los medios de comunicación públicos, reformar la Justicia y poner fin a esta absurda situación de irresponsabilidad de todos y cada uno de los jueces, asentar el Estado de las autonomías más allá de coyunturas parlamentarias y, sobre todo, tender puentes y abrir caminos entre las orillas de esas dos Españas que se reabrieron dolorosamente en el amargo final del periodo socialista. Pues, al hacer lo mismo que aquéllos a quienes critica, no sólo legitima su pasado, sino también el que vuelvan a hacerlo en el futuro, alimentando el descrédito de la política y los políticos, lo único que sube en los sondeos.

De modo que no son fantasmales "monopolios" mediáticos lo que remansa su aprecio electoral. Los españoles votaron -y por muy poco- un partido de centro y lo que tienen hoy es una saneada economía que converge con Europa, pero una política de tendencia autoritaria que necesita tanto más acallar la crítica cuanto más es criticable. Y eso es lo más peligroso: que la dinámica autoritaria se alimenta a sí misma, pues cuanto más dura sea la batalla para intimidar al mensajero peores noticias llevará.

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