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Literatura y Dios

Juan José Millás

"Desde el confesionario, veo a los jóvenes donar en el cajero". La frase es de un sacerdote de la parroquia de Nuestra Señora de las Nieves, situada en la urbanización Mirasierra. La recogía aquí mismo Juan Francés en una crónica sobre el cepillo electrónico, el cesto automático o como quiera que se llame a este modo de dar y recibir limosnas por medio de una tarjeta de crédito. Era previsible que después de inventar la ranura que soltaba, se pusiera en práctica la que recoge. En realidad, no es más que la versión estreñida de la anterior y tenía que aparecer tarde o temprano para satisfacer la legítima aspiración humana hacia la simetría: Dios y el Diablo, arriba, abajo, derecha e izquierda, cajero laxante y cajero astringente...Lo que impresiona es la emisión de esa frase inquietante ("desde el confesionario, veo a los jóvenes donar en el cajero") por parte del cura. Con un comienzo así se podría escribir una novela, de Simenon. Se imagina uno al buen sacerdote observando desde detrás de las cortinillas cómo los jóvenes de ambos sexos manipulan con su tarjeta inversa la ranura colocada en la pared de enfrente, y dan ganas de creer en la novela más que en Dios. Seguramente, la distancia entre el confesionario y el cajero será de apenas unos metros, pero a lo mejor están separados entre sí por varios siglos. ¿Desde qué época mirará el sacerdote a los jóvenes que exponen su tarjeta como los donantes de sangre su brazo? ¿Cuántas chicas pasan hoy por el confesionario para contar sus pecados sexuales a los curas y cuántas, en cambio, por el cajero para ofrecerle la yugular de su cuenta corriente líquida a la dulce máquina?

Es posible también que la distancia la pongamos nosotros por una especie de reflejo laico que no va a ningún sitio: a lo mejor es la misma que hay entre la sotana y el, clergyman o entre el whiski y el whisky: ninguna a fin de cuentas. ¿Cómo saberlo? Puestos a especular, podría suceder que el punto de vista del cajero fuera más antiguo que el de la celosía del confesionario. 0 que esa chica de minifalda verde a la que vemos manipular el cepillo electrónico sea más carca que el cura que la observa desde el confesionario.

Otra cosa: ¿te preguntará este cajero estreñido en qué idioma quieres dar la limosna? Personalmente, la daría en alemán, como si fuese otro, para cumplir el precepto de que la mano izquierda no sepa lo que hace la derecha. En este caso, el cuerpo español no sabría a qué se dedica el alemán y tendríamos los dos la salvación asegurada. Aunque para salvarme, la verdad, prefiero el cielo francés, por un reflejo de orden sexual que tampoco hoy va a ninguna parte.

En cualquier caso, con todas estas desviaciones del asunto principal, ya no sabemos desde dónde escribiríamos la novela de Simenon: si desde el confesionario o desde la ranura. Es lo que desanima de concebir grandes proyectos, que cuando coges el bolígrafo enseguida empiezan las dificultades. A uno le interesan las pasiones del clero, desde luego, sobre todo cuando el clero -observa la realidad joven desde la grieta del confesionario, pero a uno le vuelve loco también pasar la lengua por la Visa de las adolescentes. Para eso se escriben y se desescriben las novelas.

Pero cuando la duda aprieta, lo mejor es abandonar las parroquias informatizadas e ir a buscar expiación en las de toda la vida. De hecho, el mismo día en el que Juan Francés nos contaba lo del cepillo electrónico de la parroquia de Mirasierra, J. M. Ahrens, unas páginas más allá, describía una pasión galdosiana acaecida en la iglesia del Santísimo Sacramento, de la calle del Alcalde Sáinz de Baranda, donde un cura ha aconsejado a los feligreses que no den limosna al pobre de la entrada. El indigente defiende su derecho a mendigar a mano y está dispuesto a llegar a donde haga falta. Aquí es todo más cutre, pero también más familiar: como volver a casa. Lo malo es que a nadie le ha salido una frase tan acertada como la "desde el confesionario, etcétera". O sea, que en esta zona de Madrid es más fácil creer en Dios que en Simenon. Pero tampoco eso conduce a nada. Dios mío, cuánta confusión espiritual para tan poca plusvalía.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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