Mágico Rafael de Paula

Cuando rueda por la arena la emoción y la belleza, la afición jerezana añade un trofeo sonoro: palmas por bulerías que son una borrachera sin vino. ¿Acaso el toreo. como el cante no es una mezcla de alegría y sentimiento? Si en el primero Paula tuvo la otra cara de la moneda ante un toro parado, al que toreó con probaturas y desconfiado, se guardaba para el segundo sus sentimientos de inspiración. En ese segundo toro a Paula lo besaron los espíritus de la tierra (los duendes). Paula es eso: un poeta gitano vestido de luces. Tuvo su bestia negra en la espada, pero no fue óbice para que el público lo elevara al aire del triunfo. Inolvidable. Paula era el yunque y el toro el fuelle que anima el fuego. Lo nexplicable. "Asín no se puede torear". La frase no es nueva. Eso mismo dijeron del toreo de Juan Belmonte, el hombre que creía que para torear bien había que olvidarse de que se tenía cuerpo. Y Paula, animado por sus duendes, se olvidó del cuerpo. Con la capa y con la muleta dejó instants de eternidad, como una estatua de bronce para la memoria, sin un antes y sin un depués. Torear es eso: ir al son, al compás del toro. Y Paula, con el público por bulerías, se dejó arrastrar por la impronta de un arte imperecedero, de ésos que alborotan el nimo y siembran la pasión en os tendidos. Jesulín lanceó como siempre al hilo de las tablas. Con el acobardado quinto estuvo en su línea. Lo mejor, la estocada en todo lo alto. Sus dos faenas estuvieron plenas de técnica, dominio y ligazón. Supliendo las justas embestidas de su lote con una estética aderezada de emoción, sin concesiones gratuitas, serio, sin asomo de desenfado, lo puso todo él y el público lo premió.

Rivera, con empaque

Rivera Ordóñez tiene cuerda y velocidad. Con mando sereno, limpieza y empaque, acarició su toreo, y lo mismo soltó las manos que se la jugó de veras con su proverbial serenidad en dos largas cambiadas al sexto. Tuvo más tono con la muleta cuando se la echó a la izquierda. Estuvo soberbio en sus dos toros.

Entre dos luces se llevaron en volandas a Jesulín de Ubrique y a Rivera Ordóñez al aire de la calle, pero en el semblante de la afición cundía el entusiasmo por la locura del mágico torero gitano.