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FERIA DE SAN ISIDRO

El toro siempre manda en la primera

Derribos, emoción y peligro vienen marcando la corrida inaugural desde 1987

La emoción que dieron ayer los cárdenos toros José Escolar ha sido también la tónica de las meras corridas de la feria madrileña en los últimos diez años: los programadores de San Isidro meten siempre corridas serias para abrir boca. De la última década, los peñajara protagonizaron cinco corridas inaugurales -en realidad seis, pero el año pasado se suspendió por la lluvia-, y las otras fueron de Dolores Aguirre (1993), Hernández Plá (1992), Pablo Romero (1989) y Antonio Ordóñez (1988).Sólo esta última, a pesar de que tenía trapío, fracasó. Borrachuzos era el título de la crónica de aquel día en EL PAÍS, y se refería, claro, a los toros, que según escribía Joaquín Vidal "dieron la nota mediante claudicantes hocicamientos, corvetas, descoordinado pezuñeo, trastabilleo lateral y pataleta en decúbito..."

El año anterior, 1987, vivió la apertura de feria más intensa. El cartel lo formaban Curro Vázquez, Pepín Jiménez y Joselito. Mientras lanceaba a la verónica al sobrero que hacía sexto -pesó cerca de 700 kilos y fue tan bronco como toda la corrida-, el madrileño sufrió una terrorífica cornada en el cuello: 10 centímetros de trayectoria, la traquea afectada y fractura de clavícula. Con Joselito en la enfermería y la plaza en un ay, Curro Vázquez cortó una oreja que a día de hoy es la única en las diez últimas inauguraciones.

El silencio ha definido desde entonces las aperturas: hasta 30 veces recibieron los toreros la indiferencia del público, frente a dos vueltas al ruedo -la de ayer de García y la de Frascuelo con un oro de Hernández Plá en 1902-, diez aplausos, una división y nueve pitos.

Otra inauguración de superioridad torista fue 1994, cuando los

eñajaras se dieron un atracón de derribos: cinco veces, cinco; todo un récord. En un solo día, Madrid vió cinco veces más derribos que las ferias de Sevilla y Valencia juntas.

Pero no todo ha sido bravura. Los pablorromeros de la primera corrida de 1989 salieron, decía la ficha, "serios, con cuajo, de media casta y feo estilo". Entre ellos hubo o deslumbrante, cardeno claro, largamente ovacionado al salir al ruedo. Tan bellezo era e parecía una estrella de Hollywood, o al menos eso se infería de la parte embelesada de la crónica del día: "Se trataba del sexto, y era botinero si se le miraba por abajo, badabuno si por en medio, enmorrillado si por la alta aguja. Y muy largo, muy serio dentro de una guapura de cara que hermoseaban negros belfos, ojos garzos, media luna acaramelada sobre el testuz gallardo". Pero el bellezo tenía truco. Resultó un manso de libro.

Con todo, la mayor constante de las inauguraciones -repetida ayer de nuevo- la constituyen los lamentos. En el 88, 90, 91, 93 y 94, los matadores se quejaron de los toros o del público. Hace dos años, la tema tildó a los peñajara de engañapúblicos. Se referían, tal vez, a que Cámara fue protestado y salió a saludar; a que a Rodríguez le enmendaron la faena y saludó desde los medios; y a que cuando la gente se quejaba de la invalidez del tercero, Cristo González fue y se lo brindó al público.

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