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Terrorismo de Estado

El pasado 10 de abril un tribunal berlinés no sólo condena a los agentes materiales del asesinato de cuatro líderes de la oposición kurda, acribillados a balazos en el restaurante Mykonos, sino que en la sentencia confirma la responsabilidad directa de los servicios secretos iraníes. Otros atentados contra políticos de la oposición iraní, realizados en Austria o Francia, habían quedado impunes. El que por vez primera un tribunal alemán haya identificado como el inductor de un crimen en su propio territorio al Gobierno de un país con el que se mantienen relaciones diplomáticas significa un salto cualitativo en la denuncia y persecución del terrorismo de Estado. No hay actividad del Estado, por secreta que se mantenga y oportuna que parezca, que pueda quedar al margen del Derecho, un principio básico que, pese a gozar de reconocimiento general en las democracias occidentales, no siempre se practica. Es todavía grande la diferencia, que ya subrayaba Ferdinand Lassalle, entre la letra de la Constitución y la realidad constitucional, pero lo importante es que avanzamos, acortándola.El tribunal berlinés ha cumplido con su deber constitucional de investigar todas las implicaciones de lo ocurrido, y con el Estado de derecho, al no dejarse presionar por las "altas razones de Estado" que trataron de convencerlo de que en determinados casos debería mirar para otro lado. Pese a los esfuerzos del Gobierno alemán por dejar a salvo a la cúspide gobernante de un país al que está ligado por importantes intereses económicos, la opinión pública se ha visto conmocionada al percibir, no ya sólo que algunos Estados no retroceden ante el terrorismo, sino cuál es, como actores o encubridores, el comportamiento de sus propios Gobiernos. El terrorismo de Estado se revela una práctica, no ya exclusiva de las grandes potencias, ante el que no cabría más que bajar la cerviz, en este caso quién pone el cascabel al gato, sino que en ella se ejercitan otros países, medianos y pequeños, de distintos ámbitos culturales y políticos, ante los que es más fácil levantar la voz. Se comprende que ante semejante discriminación Irán haya reaccionado con algaradas estudiantiles y manifestaciones de protesta ante la Embajada alemana en Teherán, atribuyendo la sentencia a la conjura israelí-norteamericana.Puestos en evidencia, los Gobiernos de la Unión Europea, con la excepción del más débil, Grecia, se han visto obligados a retirar por un tiempo a sus embajadores, haciendo, eso sí, los guiños necesarios para que los respectivos negocios con Irán no sufran demasiado, máxime cuando inmediatamente se ha ofrecido Rusia para sustituir a los países europeos. Sin duda para las relaciones germano-iraníes la sentencia que comentamos ha significado un rudo golpe, hasta el punto que el único afán que en ambas partes se detecta es que el percance perjudique lo menos posible a las relaciones comerciales entre ambos países.

A la hora de eliminar a sus enemigos, recurriendo a crímenes llevados a cabo por mercenarios, llaman la atención las semejanzas existentes en el comportamiento del Gobierno español, cuando dejaba funcionar a los GAL, y el de Irán, pese a representar el uno a una democracia occidental y el otro a una teocracia oriental. Tal vez a esta diferencia se haya debido la muy distinta reacción de los tribunales franceses y alemanes ante los crímenes de los GAL o de los servicios secretos iraníes. La enorme asimetría de poder entre los Estados es la causa principal de las tensiones y conflictos que sólo podrán corregirse a largo plazo con la democratización interna de los Estados. Como presumía el viejo Kant, la paz internacional sólo puede provenir de la democracia real de los pueblos. Son éstos los que al final tienen que someter a los Estados a derecho.

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