El 'terremoto' laborista
El equipo de Blair aspira a batir el espléndido triunfo de Thatcher de 1983
ENVIADO ESPECIALSi la encuesta de encuestas, la proyección al cierre de los colegios electorales, ha dado en la diana, el Nuevo Laborismo británico de Tony Blair no sólo ha ganado sino que ha barrido, con una mayoría en los Comunes de entre 100 y 200 escaños, y el Partido Conservador ha sufrido su mayor derrota, al menos, desde 1906 en que Henry Campbell-Bannerman le infligió un descalabro al frente del Partido Liberal en el que los conservadores cayeron de 403 a 157 escaños. Sólo que entonces los laboristas acababan de nacer.
Los resultados podrían parecerse considerablemente a los de 1945, la primera victoria laborista en solitario en la que Clement Attlee, un moderado atlantista al que la palabra marxismo le sonaba a una oscura doctrina del siglo XIX, y que jamás leyó El Capital, defenestró a Churchill, el vencedor de la 11 Guerra Mundial, con una mayoría en la Cámara sobre todos los restantes partidos de 146 escaños: 393 para el labour contra 213 de los conservadores. Y una particular satisfacción del equipo de Blair sería también batir, aunque todo ello no se sabrá hasta bien entrada la madrugada, la marca de la gran primera ministra conservadora, Margaret Thatcher, antecesora del líder ahora saliente, John Major, que en 1983 se sacó después de machacar a una dictadura militar argentina en la reconquista de las Malvinas una mayoría de 188 escaños: 397 contra 209 de los laboristas.
Estrictamete hablando, la derrota conservadora podría ser de una magnitud incluso similar a la que sufrió en 1828 el duque de Wellington, grande de España. de arriscadas batallas peninsulares contra Napoleón, pero las comparaciones de churras con merinas tienen poco sentido. En esa época, de los partidos actuales sólo existía el conservador, que, además, se parecía al actual únicamente en el nombre; la oposición la formaban los whigs, no los liberales, aunque haya alguna línea de continuidad entre ambas formaciones políticas, y el laborismo no moraba siquiera en la mente del Señor porque no había suficientes trabajadores industriales para ello. Por añadidura, votaba mucho menos del 5% de la población, y a la mujer no la dejaban ni acercarse a las urnas.Unión nacional
Por todo ello, la primera comparación válida ha de hacerse con el labour de después de la II Guerra Mundial, el primero que compite seriamente para ganar. Con anterioridad, sólo había habido un primer ministro laborista -partido fundado con el siglo- Ramsay MacDonald, en 1931, pero ello sólo a condición de romper el partido y de formar una administración de unión nacional, de la que quedó aislada la izquierda obrera del laborismo, y que integraban masivamente los conservadores y alguna fracción de los liberales. La gran mayoría de los diputados que sostenían a ese Gobierno en los comunes eran tories, por lo que ese precedente es rechazado hoy por los propios laboristas como espúreo. En la terminología contemporánea el término inglés landslide, terremoto, o debacle electoral se aplica convencionalmente en el Reino Unido a las mayorías absolutas de 100 o más escaños. A esa luz, de las 25 elecciones que ha habido en el siglo XX, nueve se han decidido por terremoto. Estas son, aparte de las de Campbell y Attlee, ya mencionadas, las victorias del conservador marqués de Salisbury, con una mayoría de 134 en 1900, en medio de una u otra guerra boer; la del también tory Stanley Baldwin con 223 en 1924 -que produce el gran hundimiento del Partido Liberal del que ya no se recuperará-; el propio MacDonald, con una mayoría casi exclusivamente conservadora de 331 en 1931; Baldwin, de nuevo, con 249 en 1935; siempre con los conservadores, Harold MacMillan de 100 escaños justos en 1959; y las dos de la señora Thatcher, de más de un centenar de puestos, con 144 en 1983 y 102 en 1987.
El segundo mejor resultado del labour, aparte de lo que acabe ocurriendo hoy, fue el de Harold Wilson, con 96 puestos de mayoría en 1966.
En 1975, un Tony Blair de 22 anos, que estudiaba leyes en el colegio St. John's de Oxford, escuchaba en el salón de actos a un nuevo rector que procedía del prestigioso Balliol, también de la venerable ciudad universitaria, sir Richard Southern, cómo reprochaba con vehemencia al alumnado que la institución no hubiera producido nunca un solo primer ministro, mientras que su alma mater, el citado Balliol, había dado ya premiers como los tories Harold MacMillan y Edward Heath, éste con beca de organista. No sabemos si en ese momento, que nos ha descrito un condiscípulo de Blair, el periodista de The Economist Daniel Franklin, el futuro renovador del laborismo se propuso ser el primero en romper esa mala racha. Pero, sí que hoy, con gran propabilidad, se acordará de que el viejo profesor Southern no podría ya decir lo mismo.
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