Un novillo bravo
Salió un novillo bravo al ruedo de la Maestranza y la fiesta alcanzó una belleza indescriptible. El animal se llamaba Pobrecito, pero era rico, rico en presencia, bravura y nobleza. El toro con el que suenan los toreros en las noches de insomnio. La lotería le tocó a un novillero artista, Morante de la Puebla, y no la aprovechó. Un triste gaje del oficio que lamentará de por vida.Pobrecito no dejó de embestir desde que salió hasta que murió bravamente en los medios. Acudió largo al capote, derribó con estrépito en la primera vara, y metió los riñones con fuerza y codicia en la segunda; persiguió con extraordinaria alegría en banderillas, y, cuando vio la muleta, se la quería comer. Un novillo bravo y noble que mereció el honor de la vuelta al ruedo, pero el presidente no se lo concedió. El hombre no está acostumbrado a tales acontecimientos y se le fue el santo al cielo.
Torrestrella / Morante, Mariscal, Losada
Novillos de Torrestrella, desiguales de presentación, mansos y blandos, a excepción del cuarto de gran bravura y nobleza.Morante de la Puebla: palmas y oreja. Luis Mariscal: dos orejas y ovación. Antonio Losada: silencio en los dos. Plaza de la Maestranza, 27 de abril. Casi tres cuartos de entrada.
Es de suponer que el novillero aún estará lamentando su suerte. Morante tiene hechura de torero caro, y le adornan sobradas cualidades artísticas. Así lo demostró en su primero -un novillo que no le permitió faena al partirse un pitón- al que toreó primorosamente a la verónica; volvió a trazar capotazos hondos y largos en el cuarto, pero no entendió nada con la muleta en las manos. Comenzó la faena doblándose con torería y ahí se acabó la historia. Las tandas resultaron sosas y frías, los pases eran muy cortos y, desbordado por la embestida del animal, buscó las tablas para poner fin a una labor muy por debajo de las condiciones del novillo. Mató bien, le dieron una oreja, pero perdió las dos y la oportunidad de hacer historia con un toro irrepetible.
Luis Mariscal es un joven sobrado de técnica que pide a gritos la alternativa. Le cortó las dos orejas a un novillete artista, nobilísimo, en una pelea desigual. Mariscal parecía Gulliver y el toro un liliputiense. Y la faena, trazada con gusto y con tandas largas y ligadas, careció de emoción. El quinto no quiso pelea y le cerró la puerta del Príncipe, que tenía entreabierta.
Antonio Losada pasó desapercibido. Es verdad que tuvo peor suerte con sus novillos, pero tampoco su toreo brilló por su especial personalidad.
Babelia
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