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Tribuna:TRAVESÍAS
Tribuna
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En el bosque de los símbolos

Antonio Muñoz Molina

ANTONIO MUÑOZ MOLINAPor la acera sombreada de castaños en flor voy buscando un portal con una placa dorada. Revivido por las lluvias de abril, el verde de los castaños se hace más claro y más luminoso, y el sol de la mañana acentúa las manchas blancas de sus copos de flores, Al costado de una plaza muy grande y, sin embargo, recóndita, la de la Villa de París, busco la placa dorada de la galería donde se exponen los cuadros de Alberto Corazón. Acabo de leer un breve libro suyo que se titula El mapa no es el territorio. Cuenta en él, con esa claridad enigmática con la que escriben algunos, pintores (pienso en Antonio Saura, que también es un excelente escritor), su trato con los materiales y con las formas, las sensaciones que depara el trabajo sobre la tabla o el papel, la majestad mineral no ya de las esculturas, sino de las materias con las que se hacen, el plomo o el hierro, el bronce, su peso, su lento destino físico de oxidación y de intemperie.Entre la obra de arte y el mundo, como entre el mapa y el territorio, hay una relación de semejanza simbólica, pero también una distancia radical, la que separa lo más abstracto de lo más concreto, las cosas reales y los signos. Una de las especulaciones más conocidas de Borges es la de un mapa que fuera tan fiel que coincidiría exactamente, en su tamaño, y en su forma, con el territorio representado en él. Mirando las ramas, las hojas, los copos cónicos de flores blancas de los castaños, yo me acuerdo de esos dibujos en los que Antonio López Garcia parece que quiere precisar sobre el papel cada matiz de una flor o de una hoja de membrillo. Hay cosas, saberes, destrezas, que uno sólo admira: otras, porque tal vez le tocan más de cerca o más hondo, las envidia. Yo admiro a quien pinta muy bien, pero a quien sabe dibujar lo envidio. La destreza para el dibujo la echo de menos como una facultad imprescindible que a mí me faltara.

Alberto Corazón lo explica en unas pocas palabras: "Dibujo por el placer de hacer trazos y porque a través de ellos me relaciono más intensamente con lo que me rodea. Dibujo para apropiarme de las cosas". Siempre viaja, dice, con un cuaderno y cuatro lápices, y se ejercita procurando concentrar su atención durante dos minutos en un objeto y dibujándolo luego sin mirarlo.

El acto de dibujar tiene que ver tanto con los ojos como con la memoria. Por eso los pintores, hasta no hace mucho tiempo, se ejercitaban no tanto en copiar del natural como en aprender a acordarse de las cosas que habían visto. Un discípulo de Whistler cuenta que yendo una vez de paseo con él lo vio detenerse delante de algo, un pormenor del paisaje, que lo había impresionado mucho. Whistler no llevaba cuaderno ni lápiz. El discípulo, ávido y servicial, le ofreció los suyos, pero Whistler le dijo que prefería no tomar apuntes, sino grabar en su memoria lo que estaba viendo para dibujarlo cuando llegara a su estudio.

Así que la facultad de ver es inseparable de la de recordar,y el dibujo y la pintura sirven como mapas de la memoria, no como tentativas de reproducción imposible de un territorio sin límites. La galería Elvira González, donde se exponen las pinturas de Alberto Corazón, tiene, al llegar a ella, un aire de clandestinidad, como de consulta de algo: una placa dorada en el portal, a la sombra de los castaños, una alta puerta de piso antiguo que ni siquiera está entornada. Hay que llamar al timbre para que le abran a uno. Pero en su interior no, nos aguarda una penumbra rancia de pasillos y salas de espera, sino una claridad semejante a la de la gran plaza a la que dan las ventanas, una impresión de espacio despejado y a la vez recóndto en el que la presencia de los cuadros es el contrapunto de la. amplitud deshabitada de las habitaciones.

Pero no son exactamente cuadros a la manera habitual lo que estoy viendo según me muevo a solas por este lugar que tampoco parece del todo una galería. Lo que hay en esas pinturas, de formato nada grande para los usos de ahora, no son tentativas ilusionistas de retratar las cosas ni efusiones de celebración del mismo acto de pintar, sino más bien esbozos de signos, proyectos de abecedarios o vocabularios visuales, al modo de los emblemas herméticos del Renacimiento o de los trazos sobre arcilla o roca de los brujos y los cazadores del neolítico.

El origen lejano de nuestra letra A mayúscula es el dibujo de una cabeza de toro. Queremos ver las cosas con los ojos muy abiertos, pero lo que vemos sobre todo son recuerdos codificados de cosas, símbolos y signos que la memoria humana y la disciplina del dibujo y de la escritura han ido convirtiendo en arquetipos inmediatos. Sobre la tabla artesanalmente preparada y tratada, Alberto Corazón extiende una densa superficie de óleo en la que los signos y los vocabularios de las cosas resaltan como si los dibujaran los dedos sobre la arcilla o los arañara un punzón en el metal o en la piedra: árbol, escalera, manos, lengua de fuego, águila, casa cúbica, montaña, calavera, rostro, hormiga, perro, palabra esculpida en plomo.

Al principio, recién llegado de la calle, aturdido todavía por el exceso de la luz solar, uno ve los signos aislados, palabras sueltas o cosas encerradas cada una en su singularidad. Después, poco -a poco, como cuando nos habituamos a escuchar una lengua extranjera, se va advirtiendo una sintaxis, se descubre el modo en que las figuras y los objetos de los cuadros establecen secuencias, sugieren un bosque inmemorial de símbolos en el que se corresponden las inscripciones primitivas de flechas o de siluetas de animales con las señales del tráfico, los cálices y las escaleras y las llamas de las alegorías cristianas con el chamanismo de los sueños, con el sentido mágico que tienen ciertos objetos comunes en los juegos y en los cuentos que se contaban antes a los niños. De cuadro en cuadro, de sala en sala, en la galería donde el único espectador soy yo, voy avanzando como si pisara los senderos geométricos del juego de la rayuela, como progresa al mismo tiempo la mirada y el dedo índice del niño que empuja la ficha por el casillero del juego de la oca.

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