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Nacidos en el Mediterráneo

Emilio Menéndez del Valle

La pasada semana concluyó en Malta la 11 Conferencia Euromediterránea en un clima y con unos resultados muy diferentes a los habidos en su primera versión, la celebrada en Barcelona en noviembre de 1995. Los preparativos y el desarrollo de la de Barcelona fueron seguidos con atención y tuvieron amplia repercusión en los medios y en la opinión pública no sólo en España, sino también en países de ambas orillas del mare nostrum, así como en Bruselas. No ha sido éste el caso de la edición maltesa, que ha transcurrido sin pena ni gloria en lo que a los objetivos propios de la Conferencia se refiere, que no son otros que lograr hacia el año 2010 un espacio político y económico común, un ámbito compartido de cooperación y desarrollo, un grado importante de integración entre culturas y economías que ahora apenas lo tienen.Hay razones y causas que explican la relativa -que no absoluta- ausencia de éxito en la reunión de Malta. La más importante es que -a diferencia de la cumbre de Barcelona- la de Malta ha tenido lugar coincidiendo con uno, de los momentos de mayor gravedad en el proceso de paz de Oriente Próximo. Los acuerdos políticos, económicos, financieros y de cooperación asumidos en la capital catalana lo fueron en un ambiente de gran optimismo respecto al conflicto árabeisraelí (que no sólo palestino-israelí). En Malta, tal ambiente no existía, aun habiendo aumentado credibilidad y peso relativos la Unión Europea al conseguir que Arafat y el ministro israelí de Asuntos Exteriores, Levy, se entrevistaran.

Un día antes del inicio de la II Conferencia, su principal impulsor y vicepresidente de la Comisión Europea, Manuel Marín, expresaba su satisfacción porque los Estados árabes habían confirmado que asistirían a Malta a pesar. de haber decidido boicotear económicamente a Israel. Con esta decisión, decía Marín, la Liga Arabe ratifica que "el proceso euromediterráneo es algo distinto del proceso de paz, que tiene otra lógica". Yo pienso que, aunque ello es formalmente cierto, en la práctica no lo es y que la imponente realidad impide que lo sea. Ello ha provocado que no haya habido declaración final en la Conferencia maltesa, algo insólito y que movió a Hans van Mierlo, ministro holandés de Asuntos Exteriores y presidente de turno comunitario, a decir: "La Conferencia ha sido un éxito, siempre que no la valoren ustedes en términos de comunicado final". Según informaba Soledad Gallego-Díaz desde La Valeta, van Mierlo explicó que la falta de comunicado se debió a "problemas políticos sobre la medida en que debía quedar reflejada la situación del proceso de paz de Oriente Próximo". Es éste precisamente el quid de la cuestión. De la misma manera que hay que tener claro que la paz sola no supondrá por sí misma la solución taumatúrgica de los problemas económicos y sociales de la región (porque existen numerosos obstáculos al desarrollo que no dependen de las relaciones israelo-árabes), hay que ser igualmente conscientes de que, sin la paz -o, por lo menos, sin un adecuado encarrilamiento del conflicto hacia la paz-, el concreto activamiento de las medidas de la Conferencia Euromediterránea hallará numerosas dificultades.

Loa a la UE que desde el Consejo Europeo de Cannes de' 1992 decide tomarse más en serio el Mediterráneo, lo que condujo a Barcelona 95. Como recuerda Matvejevic, en Barcelona los europeos se percataron de que sería difícil hacer una nueva Europa sin esta cuna de Europa, peto hacerla entraña dificultades, y las interpretaciones de la obra no son unísonas, pues se trata de un "mar desgarrado por tres creencias religiosas". Un Mediterráneo, opina el italiano Aliboni, que "no es un centro naturalmente destinado a generar solidaridad, sino, más bien, una frontera que separa mundos cultural, económica y políticamente muy lejanos entre sí". Disolver recelos, acercar culturas, propiciar el ambicioso proyecto comunitario de integración de las dos orillas, en ello están la Comisión y el comisario. Esperemos que a medio plazo, tras constatar que guardamos en sus arenas amor, juegos y penas, podamos, a uno y otro lado del Mediterráneo, festivamente celebrar con Joan Manuel Serrat que "el sabor amargo del llanto eterno vertido en ti por los cien pueblos, de Algeciras a Estambul", se convierta en una definitiva oda a la alegría.

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