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'Rigor mortis'

Joaquín Estefanía

Inmersos en nuestro propio plan de estabilidad y en los signos positivos de la coyuntura -en un ejercicio de solipsismo-, apenas ha habido reflexiones sobre lo sucedido en la última reunión del Ecofin, celebrada en Holanda. Allí se ha producido la derrota de las posturas más flexibles de la UE y una victoria de los países económicamente más intransigentes, encabezados por Alemania y Holanda.En ese Ecofin se aprobó básicamente el reglamento del Pacto de Estabilidad que regirá para los países que participen en la tercera fase de la UEM. En esencia, lo aceptado endureció aún más el rigurosísimo pacto aprobado en la cumbre de Dublín, en diciembre del pasado año.

A saber: que las sanciones que se apliquen a los países que superen un déficit público del 3% (una multa fija del 0,2% de su PIB y otra variable de una décima por cada punto de más de déficit) serán acumulables en su parte móvil, multiplicando su efecto disuasorio. En segundo lugar, que el Ecofin dispondrá de un cierto grado de discrecionalidad política para imponer las sanciones a los países, pero tras una declaración de extremo rigor en la próxima cumbre de Amsterdam. Por último, que el dinero que se acumule por las multas a los heterodoxos no se incorporará al presupuesto comunitario, sino que lo aprovecharán tan sólo los países virtuosos, los países in, de forma proporcional a la parte alícuota que les corresponde.

Estos acuerdos suponen, de hecho, la negación de la coyuntura, y dan carácter perpetuo a las desigualdades de partida de los países que compondrán la UEM. Se elimina la política fiscal como método de corrección de situaciones recesivas, una vez que también ha desaparecido la política monetaria laxa, ya que esta última se ha dejado en manos de un banco central europeo independiente, cuyo primer objetivo es evitar la inflación. Con este Pacto de Estabilidad se ha eliminado toda flexibilidad para que el déficit público juegue su papel tradicional de estabilizador anticíclico.

Por otra parte, también desaparece la posibilidad de utilizar los instrumentos centrales de la política económica aplicados hasta ahora para disminuir las diferencias infraestructurales (no digamos las prestaciones del Estado de bienestar) que hay entre los países de Norte y los del Sur. Entre España y Alemania, por ejemplo.Y por último, se consolida la realidad de un pacto de estabilidad (que como concepto teórico es imprescindible si la convergencia quiere ser sostenible y duradera) que cuando sanciona a un país deficitario lo convierte por el sistema de multas, irremediablemente, en más deficitario. Ataca al déficit, con más déficit, sin contemplar otras multas de carácter político (por ejemplo, dejar de forma temporal al país que viola la convergencia sin representación política en alguno de los órganos ejecutivos de la UEM). Con estas normas, los dirigentes de la UE han asumido una consideración ideológica, y no instrumental, del déficit. El recurso al déficit, como han demostrado paradigmáticamente los norteamericanos -cuyo modelo tanto gusta a algunos-, puede ser necesario y estar justificado para recuperar los atrasos en la dotación de capital y servicios públicos, o para hacer frente a desequilibrios o recesiones. El déficit ha de ser controlado con rigor, pero también utilizado con flexibilidad y no abolido por principio, so pena que el rigor devenga en rigor mortis para los ciudadanos.

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