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Universidad: tropezar en la misma piedra filosofal

Leo en EL PAÍS del 8 de marzo que existe, por parte del Ministerio de Educación, el proyecto de crear una nueva figura de profesor universitario de plantilla (lo que se llama "profesor numerario") para resolver el problema de los 20.000 "profesores no numerarios", 'los famosos PNN o penenes, tan traídos, llevados y finalmente colocados hace 15 años, y que hoy, tres generaciones universitarias más tarde, vuelven a aparecen en gran número, planteando un serio problema. Yo recomiendo a quienes estén planeando esta supuesta reforma de la Ley de Reforma Universitaria (LRU) que se anden con mucho cuidado para no tropezar de nuevo con la piedra con la que tropezaron los reformadores de entonces, tropiezo que fue la causa del actual problema. No seamos tan humanos que nos demos de bruces dos veces con el mismo guardacantón.¿Cuál es el presente problema y cuáles sus causas? Para entenderlo bien hay que remontarse a la Universidad franquista. Hasta los años sesenta, la Universidad estuvo destinada casi exclusivamente a los retoños de la clase media. La conocí bien porque yo fui uno de esos retoños. Era, como no podía ser menos, una institución anquilosada y jerárquica. Allí mandaban los catedráticos, los únicos profesores numerarios que había, y que estaban asistidos por una cohorte de profesores ayudantes y adjuntos. Estos últimos eran los destinados a ser catedráticos un día, y hacían méritos durante años para ganarse la benevolencia del omnipotente catedrático. Las oposiciones a cátedra eran un proceso terrorífico, con nada menos que seis ejercicios, muchos de ellos con sorteo por insaculación, y un complicado procedimiento contencioso, que se acostumbraba a llamar "trinca", en que los aspirantes atacaban el historial de sus contrincantes. Aquello tenía mucho de torneo medieval. Precisamente lo complejo y duro del proceso de selección confería un especial prestigio a los seleccionados, a pesar de que el sistema estaba muchas veces sesgado por recomendaciones e influencias no académicas.

El gran aflujo de estudiantes en los sesenta acabó con esta situación. Para hacer frente a la masificación de las aulas se recurrió a nuevos ayudantes, reclutados de cualquier manera entre los nuevos licenciados. Como es tan frecuente en nuestra Universidad, se echó mano de la solución más fácil, sin pensar en las consecuencias a largo plazo ni en las alternativas mejores aunque menos inmediatas.

Hubo también que ampliar la plantilla de docentes numerarios. De un plumazo, y tras una ceremonia humillante de jura de "Ios principios del Movimiento", los adjuntos pasaron a ser numerarios. Pero los estudiantes seguían afluyendo en números crecientes, y el número de los penenes se multiplicaba también. Cualquier licenciado valía para penene con tal de que resolviera la papeleta de perorar a las masas en un aula. Pronto su número se contaba por decenas de miles. Entre ellos, como en botica, había de todo. Una minoría era excelente, pero muchos de ellos eran incapaces de escribir una tesis doctoral, requisito imprescindible en toda Universidad que se precie de tal para aspirar a la calidad de numerario. El requisito es obvio, y la exigencia doctoral en España no es alta. Pero comenzó a cundir la voz de que requerir una tesis era una imposición intolerable y dictatorial. La masa de penenes se convirtió en un colectivo revolucionario o, cuando menos, conflictivo. Pero esta retórica revolucionaria se reducía en realidad al programa de los electores del cacique Natalio Rivas: "Colócanos a tós". Y esto fue lo que hizo el cacique de los penenes cuando llegó al poder. La Ley de Reforma Universitaria dio a los profesores adjuntos el nombre más digno de "titulares" e instituyó un proceso por el cual se crearon unos tribunales que, sin necesidad de oposición, declararon "idóneos" a la gran mayoría de los penenes. No todos lo hicieron: yo me enorgullezco de haber pertenecido a uno que de diez solicitudes aprobó tres, denegó seis y declaró dudosa una. Pero fuimos una excepción. Es muy grande la tentación de ser generoso con el dinero público.

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Las célebres "idoneidades" convirtieron la tormenta universitaria en una balsa de aceite. Pero crearon el grave problema con que nos enfrentamos ahora y constituyeron una grave injusticia generacional. En efecto, dando acceso a puestos de plantilla a prácticamente todos los solicitantes se consolidó la permanencia en el puesto de muchos profesores que distaban de estar capacitados, y que ocuparon las plazas que otros más jóvenes y más capaces ya no pudieron ocupar. Los mejores de los presentes 20.000 penenes debieran haber ocupado las plazas a las que los peores idóneos nunca debieron acceder. La petrificación del escalafón universitario creó este agravio comparativo por el que los penenes de hoy encuentran su puesto ocupado por los penenes de ayer. Pero, ojo, no remediemos la pasada alcaldada cometiendo otra. Si idoneizamos a todos otra vez nos encontraremos con el mismo problema dentro de 10 años: habremos vedado un puesto en la enseñanza a muchos futuros licenciados prometedores y habremos sometido a las nuevas generaciones a las pláticas y sermones de muchos profesores mediocres.

La solución ideal sería que las universidades nombraran comisiones de selección competentes y justas que sólo admitieran a la minoría cualificada. Lamentablemente (es duro tener que decirlo), con la presente organización universitaria esto es punto menos que imposible. El corporativismo y el localismo universitarios hoy priman a todos los niveles sobre el rigor y la profesionalidad. El presente sistema de oposición, en que las universidades nombran a dos de los cinco miembros de las comisiones de selección, lo demuestra. Las universidades y los rectorados luchan sistemáticamente por imponer sus criterios provincianos, y lo logran. Las dos únicas soluciones viables serán, o bien limitar drásticamente el número de plazas, solución brutal, pero lógica, dado el mal funcionamiento de las universidades como agentes de selección, o bien crear una comisión nacional que actúe con rigor e imparcialidad, como ha venido actuando la comisión encargada de evaluar la actividad investigadora. El rigor y la imparcialidad molestan a muchos, como se demostró en el caso de la investigación. Pero son inevitables si aspiramos a tener una educación superior mínimamente presentable.

La piedra filosofal transmutaba los metales en oro. La piedra filosofal universitaria transmuta los penenes en numerarios. No tropecemos dos veces en la misma piedra filosofal. No sacrifiquemos a los jóvenes capacitados para quitarnos de encima el problema de unos profesores nombrados a dedo para salir del paso en un apuro. No sería eficiente ni justo; sería, simplemente, fácil.

Gabriel Tortella es catedrático en la Universidad de Alcalá y presidente de la Asociación Internacional de Historia Económica.

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