Un color especial...
Entre los muchos adjetivos que merece Sevilla, uno de los más ciertos lo han dicho Los del Río: que tiene un color especial. Lo dicen cantando: "Sevilla tiene un color especial..." .Por donde se vaya tiene un color especial Sevilla, sí señor, y un aroma exclusivo también. Sevilla, color y aroma. Color, aroma y armonía. ¡Y arte!
Todo eso se puede encontrar por cualquier rincón de Sevilla, pero su templo de color y de aroma, de arte y de armonía es la plaza de la Maestranza. Entra uno en la Maestranza y no cabe decir más. Luego la banda del maestro Tejera interpreta el pasodoble y embriaga de delicias el oído.
Un servidor está convencido de que la banda del maestro Tejera cada año toca mejor. Así que suenan cálidas melodías; y se suavizan los ocres del edificio maestrante, emerge la Giralda por cima los dorados tejadillos... Todo perfecto hasta ahí. Lo malo es que después sale el toro. Y los toreros la emprenden a derechazos.
Gavira / Muñoz, Litri, Jesulín
Toros de Gavira, escasos de presencia, inválidos, poca casta, manejables; 3º, anovillado y sin trapío, de carril. Emilio Muñoz: pinchazo hondo caído trasero, metisaca infamante y descabellos (silencio); estocada ladeada y rueda de peones (algunos pitos). Litri: pinchazo bajo y estocada delantera (oreja); estocada atravesadísima que asoma -aviso con tres minutos de retraso- y dos descabellos (silencio). Jesulín de Ubrique: pinchazo traserísimo y estocada baja (palmas y también protestas cuando saluda); estocada caída (silencio). Plaza de la Maestranza, 13 de abril. 8ª corrida de feria. Cerca del lleno.
No es que el toro sea cosa mala ni despreciable el voluntarismo derechacista del torero. Es que los toros habituales en la Maestranza y en toda plaza, el toreo que les suelen hacer, parecen una sanción administrativa, un correctivo judicial, un castigo de Dios.
Zafiro el firmamento sevillano, invitaba a cantar por bulerías, a dar palmas de son, a entonar laudes en acción de gracias, a pasear quedo por el Arenal. Y, sin embargo, allí estaba la afición, abigarrada y mustia dentro del templo maestrante, soportando el gran tostonazo.
Y habiendo pagado por ello lo que para algunos sería más que un sueldo.
¿Qué puede hacer un sencillo mortal con las 8.000 pesetas que vale un tendido de la Maestranza, 17.000 si va de pareja y añade el cafelito, las almohadillas y la propina, una tarde de primavera en Sevilla? Todo un mundo se abre en perspectiva con esas 17.000 del ala; cualquier cosa, menos aburrirse de muerte en la Maestranza.
Los toros tuvieron parte de culpa, los toreros no salvan la suya. Ni el presidente, que contribuyó al gran tostón por renunciar a poner orden. El presidente se resistía a dar avisos. A Litri le envió uno en el tiempo que debió ordenar dos.
No es que los avisos pudieran evitar el aburrimiento, pero paliarlo, sí. Cuando un torero -caso de Litri-, se pone a porfiar derechazos hasta el infinito delante de un toro inválido tocado de burrería, enviarle el aviso a tiempo es hacer caridad con la inocente afición.
Los desmedidos afanes pegapasistas de Litri tuvieron lugar con el quinto toro o lo que aquello fuese. En cambio al segundo, aún más burro, lo toreó aportando una templanza y una ligazón, una juiciosa serenidad y un académico empaque inusuales en su estilo, crispado y alborotón de suyo. Constituyó una grata novedad, que el público reconoció con sus olés y sus aplausos. Y ya, puestos, le pidió la oreja que el presidente se apresuró a conceder.
Una presencia escasa, una penosa flojedad, una absoluta falta de fiereza, una docilidad perruna: así eran los toros de Gavira con los que fingieron lidia. Varios aparecieron con el marchamo prendido de una oreja y parecía el precio. Emilio Muñoz los toreó sin templar y sin reunir y a uno de ellos lo acuchilló de bárbara manera. Jesulín de Ubrique dio sus unipases con la suerte descargada, a cientos. No es que diera cien pases. Es que dio un pase -el mismo pase- cien veces. Obsérvese el matiz.
Y cayó la noche. Y calló la banda. Y ya no había color: ya no lucían los ocres, ni doraban los tejadillos. Y la Giralda se puso sombría. Y quien se había dormido se despertó sobresaltado, palpándose la cartera. Por si acaso.
Babelia
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