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FERIA DE ABRIL

Como sacos

, Los toros de Bohórquez (don Fermín) eran como sacos. Es decir, que les pegaban un estacazo y no decían ni mu. ¿Los sacos dicen mu? Pues eso.De qué se suponía podrían estar llenos los sacos es cuestión que no quedó clara y hubo por ello controversia. Entre aficionados, unos decían que los toros parecían sacos de patatas, otros sacos de arroz y aún hubo quien aventuraba que parecían sacos de garbanzos. Los aficionados ya es sabido, nunca se ponen de acuerdo.

Llovió, quienes ocupaban localidad al descubierto corrieron a salvaguardarse en la grada, o bajo los tapices que exornan las barandillas del coso, y ya tranquilos, a culo enjuto, seguían porfiando: que si las patatas, que si los garbanzos, que si el arroz.

Bohórquez /Cortés, Cepeda, Bejarano

Toros de Fermín Bohórquez, de discreta presencia, flojos -varios inválidos amoruchados y crepusculares.Manolo Cortés: dos pinchazos y descabello (silencio); dos pinchazos bajos y descabello (silencio). Fernando Cepeda: pinchazo hondo atravesado, metisaca atravesada y pinchazo hondo (silencio); estocada trasera perdiendo la muleta (ovación y salida al tercio). Vicente Bejarano: pinchazo, estocada corta trasera perdiendo la muleta, pinchazo y descabello; se le perdonó un aviso (aplausos y sale al tercio); estocada corta caída; se le perdonó un aviso (palmas). Plaza de la Maestranza, 9 de abril. 4ª corrida de feria. Dos tercios de entrada.

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Fue muy significativo que nadie cayera en la cuenta de que los sacos quizá estuvieran llenos de inservible papelote. Ocurre en Madrid, y lo dicen: parecen sacos de papel de periódico; o también sacos de chatarra, o sacos de cemento, o sacos de semejante tenor. Eso pasa porque Madrid no es zona agrícola; al contrario que Sevilla.

Sevilla es zona agrícola y ganadera, con especial incidencia en lo que llaman -sin propiedad alguna, por cierto- ganadería de bravo. Y sobre acordarse de las patatas, el arroz, los garbanzos e incluso las habas (vale también pronunciar jabas) los aficionados sevillanos se acordaban del ganadero.

Volvían sudorosos y acontecidos los toreros de matar los toros que parecían sacos y siempre había alguien del tendido aconsejándoles a voz en grito: "¡Dale recuerdos al ganadero!"

Al ganadero seguramente le estuvieron silbando los oídos; toda la tarde acordándose de él los matadores con sus cuadrillas, la afición conspicua, el público maestrante, un autobús de catalanes que desembarcó allí.

Hubo toros que uno no acababa de entender. Hubo toros a los que les prendían la banderilla y no reaccionaban, ni nada. No es normal, evidentemente. A un toro cualquiera, bravo o manso, le ponen una banderilla y va y le mienta la madre al insolente banderillero. Los toros de Bohórquez (don Fermín), en cambio, se quedaban tan frescos, la mirada perdida en el andamiaje del Giraldillo.

Quizá fue mejor que los toros no dijeran nada. La Maestranza es plaza muy pagada de sus respetuosos silencios y no habría sido oportuno ni conveniente que se oyeran allí barbaridades.

Momentos especialmente delicados fueron aquellos en que el individuo del castoreño le dio al primer toro para ir pasando. El individuo del castoreño, encaramado en el percherón empalizado, le metió sendos puyazos riñoneros al toro, giró en torno apalancando con saña carnicera la vara, y al terminar había dejado penando errático por el redondel un proyecto de cadáver.

No dijo ni mu el toro -se desplomaba, simplemente- mas si uno le echaba los prismáticos podía apreciar en su fosca faz que se le entendía todo. El árbol genealógico entero del individuo del castoreño salía a relucir allí, desde el sujeto presente hasta Adán y Eva.

Manolo Cortés hizo que hacía con ese toro clínicamente muerto, lo despachó pronto a petición del público y, en el cuarto, algo por el estilo. Sus compañeros de cartel mostraron mayores propósitos de lucimiento y lo lograron alguna vez: Cepeda, en las finas verónicas que instrumentó al segundo, en unos derechazos y naturales al quinto; Vicente Bejarano, en la porfía tesonera con que intentó sacar partido al tercero, al que llegó a pisar los terrenos y aguantar sus esporádicos topetazos. Al sexto le intentó repetir la faena Vicente Bejarano tras unas buenas dobladas de castigo, y el toro-saco -mulo vocacional, buey de carreta- lo volteó al alcanzarlo con la pala del cuerno.

A esto lo llaman fiesta, pero no es fiesta; es el almacén de una tienda de ultramarinos o, en el mejor de los casos, un supermercado. Nada deshonroso, desde luego. Ahora bien, pagar mil y dos mil duros por verlo, equivale a un atraco a mano armada. Pues a ese precio, ni el Taj Majal.

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