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Tribuna:ESPAÑA Y LA AMÉRICA LATINA
Tribuna
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El proyecto iberoamericano

El autor aboga por la consolidación de un proyecto de cooperación entre todos los pueblos iberoamericanos verdaderamente convincente y motivador, ya que abriría enormes posibilidades.

Maastricht y la moneda única, junto a otros muy serios problemas que se plantean en la, vieja Europa y sus aledaños (Albania, Bosnia, Rusia, Oriente Próximo, Argelia, etcétera), hacen que con frecuencia pueda perderse la atención prioritaria que para nosotros deberían tener los problemas de América Latina. Puedo entender que esos problemas dejen de interesar o interesen en menor medida en otras latitudes. Pero no entiendo que puedan nunca dejar de ser prioritarios para, España. Quizá esto sea así porque seguimos sin diseñar un sólido y acabado proyecto respecto a Iberoamérica; un proyecto discutido, y analizado a nivel de Gobiernos y opiniones públicas; un proyecto convincente y motivador. Existen, sí, las cumbres iberoamericanas. Pero son un poco como las Fallas de Valencia: algunos trabajan en su preparación durante todo el año, un cierto público las disfruta algunas horas y los medios de información las comentan los días del evento. Después, otra vez, el silencio. ¿Por qué es esto preocupante?

Yo soy un convencido de la necesidad de que todos los españoles pongamos los medios a nuestro alcance para conocer más y mejor a nuestros hermanos del otro lado del Atlántico, conocimiento que es necesario asimismo para mejor conocernos a nosotros mismos y perfilar así, de forma más consciente nuestra propia personalidad histórica.

No obstante, siguen siendo minoría los españoles que tienen una cultura general. sobre los países latinoamericanos, que conozcan algo de su historia, de su literatura o que incluso sepan situarlos en un mapa geográfico. No culpo de ello, por supuesto, a los ciudadanos: culpo a los que fueron responsables en el pasado de definir el modelo de educación que debía impartirse en nuestras escuelas y universidades, a quienes durante tanto tiempo se olvidaron de que América Latina debía ser algo más que una evocación nostálgica, un recuerdo histórico o un motivo retórico. A quienes no tuvieron proyecto.

La transición y, posteriormente, la consolidación democrática cambiaron en buena medida aquélla óptica obsoleta e inservible y permitíeron diseñar un bosquejo más contemporáneo realista y práctico de nuestra re lación con aquellos países. Por otra parte, el exilio en España a finales de los setenta, de argentinos, uruguayos, chilenos y un largo etcétera sirvió para que un apreciable sector de la sociedad española actualizara sus conocimientos de América Latina, y fuera percibiendo sus innegables posibilidades de futuro. Mientras que para algunos, los más ciegos, "nacían los sudacas", para la mayoria nacían las lecturas, los contactos comerciales, los viajes y el trato personal.

Hasta que llegamos al año 1991, en que Guadalajara (México) se convirtió en sede de la I Cumbre Iberoamericana, foro que ha conocido ya seis ediciones y que permite que todos los años se reúnan los jefes de Estado y de Gobierno del mundo iberoamericano y dialoguen sobre los más diversos temas. Iniciativa singular que se ha vendido poco y mal, pese a que abre unas expectativas de indudable: calado (como otros países y líderes políticos han sabido percibir de inmediato), siempre que detrás de las cumbres exista un proyecto definido en el tiempo y en el espacio.

Por consiguiente, lo que falta es definir ese proyecto, debatirlo, explicárselo a la opinión pública, convencerla y poner manos a la obra. Porque ésa es a buen seguro, la gran tarea pendiente de nuestra política exterior y el único proyecto ambicioso de futuro para todos y cada uno de los que formamos el espacio iberoamericano. Un proyecto que a todos nos conviene y que posiblemente otros países de haber contado con las realidades con que contamos nosotros, hubiesen puesto en marcha hace ya mucho tiempo. Llegados a este punto, se trata, pues, de definir aquel proyecto, de fijarnos unas metas y unos plazos que permitan ir articulando, construyendo un "espacio iberoamericano", sobre la base de multiplicar los vínculos y relaciones de todo tipo: culturales, comerciales, políticas, académicas, etcétera. Un espacio así consolidado tendría un peso de singular relieve en la comunidad de naciones y facilitaría sin lugar a dudas el progreso y desarrollo de los países menos avanzados del mismo.

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En esa articulación, debe desempeñar un papel decisivo el Foro de las Cumbres. Como su cadencia es anual, en cada una de ellas habría que aprobar un conjunto de acciones específicas de acuerdo con un esquema predefinido. En la actualidad ocurre, por una parte, que muchas de las iniciativas abordadas se limitan a verse reflejadas en el papel, que todos aprueban, pero al que pocos prestan luego el necesario soporte financiero. Por otra parte, se trata de acciones a menudo carentes de interrelación y que, en cualquier, caso, responden a un plan y unos objetivos conocidos y específicos. Los europeos hemos sabido desde el principio cuáles eran las etapas y fines últimos del proceso de construcción de una Europa unida. Los iberoamericanos empezamos por desconocer el valor de nuestra propia realidad como conjunto, pero ignoramos además si existe algún objetivo concreto que configure el ritmo y objetivo final de las cumbres.

Algo se avanzó en la cumbre de Bariloche (Argentina,1995), donde nació y se consagró formalmente el concepto de "cooperación iberoarnericana", encaminado a transmitir a nuestros pueblos la idea de la indudable fuerza y realidad que la cooperación en nuestro propio espacio podría llegar a.alcanzar, gracias a la facilidad de comunicarnos en dos grandes idiomas similares, a tener historias, familias y culturas que nos unen y a sabernos, en definitiva, partes de un mundo con importantes puntos de coincidencia.

Buena prueba de las importantes derivaciones que un proyecto de esta naturaleza podría conllevar es el no oculto interés que diversos países vienen mostrando por estar presentes de alguna forma en nuestras cumbres. Y pienso que ha sido correcta la posición mantenida hasta ahora de no acceder a ello, por lo menos hasta que, el proyecto, esté más avanzado y consolidado (igual que ocurrió, por otra. parte, con. el proceso europeo). Ésa es la única forma de ir configurando a los ojos de la opinión pública internacional la imagen de un espacio coherente y homogéneo, con un peso específico concreto.

Además, el hecho de que Portugal y España sean hoy miembros de pleno derecho de la Unión Europea, por una parte y el desarrollo del movimiento integracíonista en América Latina por otra, multiplican las posibilidades de reforzar las relaciones entre la UE y los países americanos del otro lado del Atlántico (incluyendo a aquellos que no forman parte del espacio iberoamericano), así como de incrementar los recíprocos beneficios que de esas mejores relaciones pueden derivarse;

Es obvio que pisamos aún terreno en el que resta mucho por hacer. No obstante, desearía insistir, finalmente, en la oportunidad de fijar cuanto antes, unos objetivos a corto, medio y largo plazo, así como en la necesidad de establecer un cronograma que permita, ir cumpliendo etapas, después de cada cumbre y cuyos. resultados sean tangibles y perceptibles por todos nuestros ciudadanos. Tratemos de vender bien este proyecto. De venderlo bien y de venderlo machaconamente, para que todos los iberoamericanos lleguemos a comprender las enomes posibilidades de futuro que su puesta en marcha abriría para nuestros pueblos. Y para que en definitiva, dejemos atrás los sueños, la retórica y las utopías y nos adentremos de manera definitiva en el duro y prometedor suelo de las realidades.

José Luis Dicenta es cónsul general en Zúrich.

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